domingo, 30 de septiembre de 2018

Tortura china




El niño estaba en su cuarto jugando con sus muñecos. Por un lado y por el otro, figuras de acción se hallaban desparramadas por el suelo. Su cama aún no había sido tendida, y los rayos de luz apenas habían comenzado a inundar el lugar por la ventana. Pero los muñecos se golpeaban entre sí en las manos de aquél niño, con violencia y enfado. El rostro del jovencito estaba cabizbajo, su ceño fruncido y sus ojos brillosos. De repente, un gran silencio se apoderó del cuarto, y una voz dulce inundó la escena.

— ¿Qué sucede Bichi? — preguntó la madre al tiempo que se acercaba a su hijo.
— Nada — respondió el jovencito de manera tajante.
— Vamos — repuso la madre — ven a recostarte en la cama que voy a acariciar tus cabellos mientras me cuentas qué sucede.

El niño se incorporó del suelo, y caminando en dirección a la cama se desplomó sobre ella. La madre poco a poco comenzó a acariciar sus renegridos cabellos y su rostro. Lo miraba con un gesto con el que solo pueden mirar las madres.

— Ahora, Bichi, cuéntame qué es lo que le sucede a ese corazoncito.
— Estoy triste mami, hace mucho que estoy triste y el dolor no se quita de mi corazón.
— No hay razón para estar triste — dijo entre mimo y mimo — los niños de tu edad siempre deben estar sonriendo.
— Sí que hay razón para estar triste — agregó angustiado — te extraño mucho — dijo y rompió en lágrimas.
— Pero aquí me tienes, y no voy a irme a ningún lado; tú eres mi hijo y nunca voy a abandonarte, pase lo que pase.
— Tengo miedo…
— Todos tenemos miedo, yo también lo tuve, y sin embargo aquí estoy. ¿Sabes por qué no tengo miedo?
— No — respondió con curiosidad.
— Porque me encuentro muy bien, mejor que nunca, viendo a mi niño crecer, y dar sus primeros pasos como un “hombrecito”.
— ¿Y cuándo desapareció tu miedo? — preguntó con un mejor gesto.
— Cuando me di cuenta de que somos inseparables, y que nada ni nadie puede romper esta magia que nos une… y si no me crees tendré que hacerte “tortura china”.
— No mami, no quiero — dijo sonriendo como quien espera expectante.
— Claro que si — dijo, y gritó — ¡TORTURA CHINAAA!! — y comenzó a hacerle cosquillas a su hijo en todo el cuerpo.

Las carcajadas invadieron el cuarto, y ya los rayos de Sol habían copado el lugar. Las risas infantiles se escucharon por toda la casa, al punto de despertar al resto de la familia.

— ¿Qué te sucede? — dijo el padre de aquél niño mientras entraba a la habitación— ¿te encuentras bien?
— Si, papi — agregó — estaba otra vez mami haciéndome tortura china, le dije que no, pero en realidad me encanta que lo haga.

El padre miró a su hijo, quien se encontraba solo sentado en su cama y sus ojos se llenaron de lágrimas. Caminó hacia el niño y se sentó a su lado.

— ¿Otra vez mami vino a visitarte?
— Si — afirmó mientras abrazaba a su padre — me desperté triste pero vino y me dijo que no lo estuviera, que siempre vamos a estar juntos.
— Claro que sí, nadie va a poder separarlos — dijo al tiempo que disimulaba sus lágrimas.
— Eso es lo que ella dijo, y yo le dije que la extraño mucho.
— ¿Y qué te contestó? — preguntó esta vez el padre con una curiosidad infinita.
— Que no tengo razón para extrañarla, porque ella nunca va a irse a ningún lado, y que tampoco tenga miedo.
— Tu madre sigue tan sabia como siempre, desde el cielo sigue guiándonos y ayudándonos.
— Desde el cielo no papi, desde aquí mismo…


- Alan Spinelli Kralj -