Una joven había sido excomulgada de la religión a la que siempre había pertenecido su familia; los líderes del culto la habían acusado de no practicar con exactitud las normas establecidas desde hacía ya muchos años atrás. Sus mayores pecados habían sido amar, crecer y luchar por lo que ella creía justo… lo cual era, según su ex – religión, sinónimo de rebeldía.
Un día, la joven se encontraba desahuciada, porque todo lo que antes era una certeza había pasado a ser incertidumbre. Fue entonces que se hallaba sentada en el banco de una plaza poco transitada. Miraba las palomas con sus ojos, pero su mente divagaba.
— Hola — dijo un vagabundo — ¿cómo estás? — preguntó.
— Hola — respondió para no ser descortés — bien — esta vez titubeando.
— No te creo — dijo el vagabundo con una sonrisa de niño.
La joven observó al hombre que tenía a su lado; tenía algo más de treinta años, ojos muy claros y aspecto desfachatado. Pero su sonrisa… la cautivó por ser inocente, dulce y aniñada.
— Estoy un poco triste, gracias por preguntar.
— ¿Por qué? — preguntó con inocencia y curiosidad.
— Es difícil de explicar, pero me han expulsado de lo que pensé era mi familia.
— ¡Ahhh! — exclamó el vagabundo — a mí me ha sucedido lo mismo, y no por eso estoy triste, al contrario, soy un hombre feliz.
— ¿Cómo lo has logrado? — preguntó la joven asombrada y cautivada por el relato.
— Hace tiempo me separé de quienes vienen mendigando la salvación de rodillas, me liberé del miedo y de la culpa, y comencé a caminar con los hombres y mujeres de frente y hacia la Luz.
La joven no sabía cómo continuar esa charla… aquél vagabundo estaba diciendo cosas extremadamente profundas, pero su curiosidad fue aún mayor.
— ¿Y qué crees que debería hacer?
— Canta, baila y ríe — aseguró —cada mañana tienes la oportunidad de empezar de nuevo, déjate tentar por la existencia y Dios te bendecirá.
— Pero…
— Y recuerda “Todos los ríos son el Jordán para los que llevamos a Jesús en el corazón”.
La joven ya no tuvo palabras. Había quedado anonadada por lo que le estaba sucediendo. El vagabundo la abrazó, se levantó y comenzó a caminar dando pequeños brincos.
— ¿Quién eres? — preguntó la joven al tiempo que se incorporaba y gritaba.
— No preguntes obviedades, en tu corazón está la respuesta…
- Alan Spinelli Kralj -