domingo, 30 de septiembre de 2018

El conocimiento

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Un antropólogo y un estudiante de secundaria, su sobrino, se encontraban viajando por las montañas de la provincia de Jujuy, camino al pueblo escondido… Iruya.

Ambos habían tomado un micro que los llevó a recorrer pequeñas per escarpadas distancias, en las cuales podían verse por doquier las pinceladas que Dios había dejado en forma de colores montañosos. Cuando todo parecía que no podía ser más bello… un nuevo paisaje se hacía presente.
Luego de dos horas de viaje, el micro se detuvo y el antropólogo y el estudiante bajaron a mitad del recorrido.

— Esto es hermoso tío — dijo el joven.
— Lo es — afirmó — presta atención a todo cuanto te rodea, porque es único — dijo nuevamente.

De pronto, la atención de ambos se dirigió a la distancia, donde una mujer que parecía ser muy anciana cuidaba a sus cabritos. A primera vista parecía que la mujer estaba solo observando a sus animales, pero hacía mucho más que eso.

— Mira — le dijo el antropólogo a su sobrino — es increíble poder estudiar a esa mujer e imaginar qué es en lo que piensa.
— ¿Por qué lo dices tío?
— Imagina; toda una vida habiendo conocido solo estas montañas, sin saber lo que es la televisión, la internet o los celulares.
— Ya veo — respondió el joven que por su cabeza no habían transitado tantas preguntas.
— ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
— No.
— Que nunca se ha preguntado más de lo que sabe.
El estudiante pensó poco y sin quitar la vista de la anciana dijo mucho.
— Quizá porque lo entendió todo…

- Alan Spinelli Kralj -