domingo, 30 de septiembre de 2018

El globo rojo

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La plaza estaba llena de niños que correteaban de un lado a otro. Gritos por aquí, risas por allá; todo era colores, luz y alegría. Los padres observaban a sus hijos mientras éstos jugaban en hamacas, trampolines y subibajas. El polvo de la tierra daba un halo de luz extraño e hipnótico a esa tarde otoñal.

En un lugar apartado del parque de juegos para niños se encontraba un muchacho de unos treinta años. Llevaba un traje color oscuro, acompañado de brillantes zapatos de diseño. Un maletín compartía con él un pequeño banco de plaza color madera. El muchacho tenía sobre sus piernas una computadora portátil en la que tipiaba números y códigos complejos. Su ceño se encontraba fruncido y sus dientes apretados.

— Estos malditos niños no me dejan trabajar tranquilo — gruñó — los parques deberían estar prohibidos para ellos, porque yo quiero trabajar y por su culpa no puedo hacerlo.

Mientras el muchacho ofuscado se quejaba, las risas eran aún mayores y potentes. Todos correteaban, padres e hijos… menos aquél muchacho.
De repente y sin aviso, en el cielo celeste apareció un punto rojo, una pequeña macha que se movía a paso lento y pausado; conforme fue acercándose, todos en la plaza pudieron ver qué era: un globo. Los niños se alteraron e intentaron perseguirlo, pero flotaba tan alto que ninguno logró cumplir su objetivo. La rebeldía de aquél recipiente de aire fue danzando por aquí y por allá, acompañado en tierra por la mirada de incontables niños.

— ¿Qué es ese globo? — preguntó para sí mismo el muchacho amargado — viene para acá.
Extendiendo su mano, aquél hombre en traje negro tomó el piolín del globo y lo sostuvo. Su boca quedó abierta mientras miraba lo que sostenía en su mano, al igual que la boca de los niños mientras veían en manos de quién había caído el “juguete”.
— No puede ser — dijo el muchacho, parándose y tirando al suelo su computadora — este es el globo que solté al aire en mi cumpleaños número nueve.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar como un niño. El globo decía “Lucas, mis nueve años”. Lloró, lloró y no paró de llorar. Mientras tanto, los niños y los adultos lo observaban, nadie le quitaba la vista de encima. Lucas se había encontrado mágicamente con un globo que había soltado al cielo hacía 23 años, y el contacto nuevamente con el juguete inflable le había hecho tomar consciencia de cuánto había crecido. Sus últimos 23 años estaban pasando rápidamente por delante de sus ojos, sin soltar el globo tomó consciencia de todo.
Una madre se acercó preocupada a Lucas y apoyó su mano sobre el hombro de aquél muchacho desconcertado.

— ¿Te encuentras bien? — le preguntó.

Lucas miró a quien tenía al lado, le extendió su globo y le habló.

— Este es mi globo, era mi globo. Crecí tanto que me olvidé de ser un niño. De pequeño no quería ser adulto… hoy me doy cuenta de que lleva tiempo crecer y crecer, para finalmente volver a ser un niño…

Lucas salió corriendo y entre risas y sonrisas comenzó a hamacarse en uno de los juegos.


- Alan Spinelli Kralj -