Una vez, dentro del largo itinerario de viaje, el joven estaba meditando mirando el mar azul, sentado sobre unas rocas negras y puntiagudas, viendo el Sol en lo alto del cielo. De repente y sin previo aviso, sus lágrimas comenzaron a brotar sin razón, hasta que de pronto todo cobró sentido… Dios se le había presentado frente a sus ojos; una Luz indescriptiblemente brillante comenzó a centellear frente a él, como en pequeñas explosiones de Luz. Todo su cuerpo comenzó a temblar, a convulsionar de manera inconsciente, a transpirar. Sus ojos se cerraron y nunca nada fue tan nítido. En sus oídos se presentó un zumbido que enmudeció todo a su alrededor… y fue así como pudo escuchar las palabras de Dios, que luego transcribió…
“Y un día Dios me habló:
Hijo, no busques fuera lo que tienes dentro.
Hijo, no seas impaciente pues lo único que necesitas es paciencia.
Hijo, no te rodees de gente por imposición, sino por amor.
Hijo, no sientas nunca miedo pues conmigo nunca estarás solo.
Hijo, no intentes controlar nada pues nada es controlable.
Hijo, no existen las coincidencias, todo está puesto en tu camino por una razón.
Hijo, no llores por el que se va a mi encuentro, pues conmigo nada le faltará.
Hijo, toda vida tiene valor, y una hormiga no vale más ni menos que un árbol.
Hijo, no guardes rencor en tu corazón y perdona todo lo que puedas.
Hijo, muchas son las interpretaciones pero una sola es la verdad.
Hijo, la única certeza que tendrás es que morirás, así que mientras tanto aprende a vivir.
Hijo, descubre que en lo simple radica lo verdadero.
Hijo, recuerda que la iluminación no es otra cosa que re-aprender a ser un niño.
Hijo, recuerda que amo a las personas más de lo que se aman a sí mismas.”
- Alan Spinelli Kralj -