domingo, 30 de septiembre de 2018

El cuerpo de la mujer

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El Sol comenzaba a filtrarse por las hendijas abiertas de la persiana, y daba al interior del cuarto de Fiorella un maravilloso efecto psicodélico. El contraste entre matices era sorprendente, imitaba un micro amanecer entre cuatro paredes blancas. El desorden reinaba por doquier, incluso en la cama donde la joven dormía; sabanas, frazadas y colchas daban fe de que el invierno había llegado.
El despertador comenzó a sonar al tiempo que marcaba las 8:00 hs. Fiorella abrió sus ojos azules, y entre sueños pudo percibir como sus pupilas se dilataban, y a la vez delataban un cosmos en su interior. La sensación fue extraña pero agradable. Poco a poco fue refregando su rostro, y sus jóvenes manos pasaban una y otra vez por las numerosas pecas que pintaban su rostro. Su boca seca comenzó a humectarse y sus lagrimales se activaron.

— Hora de levantarse — dijo con una voz que aún no se aclaraba del todo.

Corrió rápidamente las cobijas que la cubrían, y su cuerpo semidesnudo se erizó por el frío del ambiente. Sus finos bellos corporales se movieron de un lado a otro de manera imperceptible, sus poros se abrieron y su cuerpo se oxigenó.

— ¡Qué frío! — continuó, mientras abría y cerraba los dedos de las manos y los pies.

Sus articulaciones sonaron, y esos fueron los primeros sonidos que sus oídos oyeron; pequeños “tac” por aquí y por allá. Fiorella se incorporó y sentada sobre su cama tomó el vaso de agua que había en la mesa de luz y bebió su contenido. La magia se desplegó: todo su cuerpo se hidrató y una sensación de frescura y goce se apoderó de su ser.

Lo más extraño hasta el momento, es que Fiorella estaba teniendo una consciencia plena de todo cuanto estaba experimentando, como si fuera una espectadora de las sensaciones de su cuerpo. Por un momento el miedo se hizo presente… luego fue valiente, fiel a su esencia, y se dejó llevar por lo que sucedía.
Sin previo aviso ni premeditación, metió su mano debajo de la cama. Sintió como su columna se encorvaba y sus huesos se ponían en funcionamiento. Sus finas manos se encontraron con un libro, el cual abrió de manera arbitraria, y su contenido la dejó helada… una frase se encontraba en medio de la hoja blanca, y como un capricho del Universo decía…

“Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”.


- Alan Spinelli Kralj -