martes, 22 de enero de 2019

Mundos de mentira

Resultado de imagen para ni una menos




Florencia era una muchachita muy especial. Cabellos dorados, cachetes rojizos, boca sonriente, ojos verdes como el césped. Cualquiera diría que era como una muñeca de porcelana, inclusive hasta frágil. Tenía quince años, y su inocencia estaba comenzando a ser boicoteada por sus propios pensamientos.

- Flor – le dijo su mejor amigo – se acerca tu cumpleaños, ¿qué vas a hacer este año?
- Nada Dami – respondió como si no le importara – sabes que nunca hago nada para mis cumpleaños.
- Pero quizá este año pueda cambiar.
- Veremos… - dijo con poco interés.
- ¿Algún problema en casa?
- Jamás he tenido un solo problema en casa Dami, ¿por qué habría de tenerlo ahora?
- No lo sé, nunca hablas mucho de lo que pasa en tu casa, y nadie conoce tu hogar.
- No es cierto – dijo al tiempo que pensaba – ya has venido cuando éramos muy pequeños.
- Eso fue hace mucho. ¿Cómo andan tus padres?
- Damián – gritó – parece que estoy en un interrogatorio – si quieres saber cómo es mi familia te diré que es perfecta, y que soy la envidia de muchas personas, tengo una familia funcional.
- Pero nunca… - fue interrumpido.
- Nunca peleamos, nunca discutimos, me aman, los amo; me dan todo el afecto, cariño y atención que necesito. Soy una mujer feliz, ¿tanto trabajo te cuesta entenderlo y aceptarlo?

La conversación entre ambos compañeros de estudios y amigos de la vida se había vuelto áspera. Evidentemente Florencia no tenía ganas de hablar, y mucho menos de exponerse. Los ojos de Florencia se llenaron de lágrima y su rostro palideció.

- Tengo que irme Dami, se está haciendo tarde y no quiero que mi mamá tenga que hacer todos los quehaceres sola, además disfruto ayudando en casa.
- Está bien Flor, hablaremos mañana con más tiempo.
- Claro – dijo Florencia intentando disimular su mirada – nos vemos después.

La muchacha rizos de oro comenzó a caminar por la calle poco transitada para llegar a su casa. Mientras caminaba pensaba, y con ese pensamientos los llantos afloraban más y más, pero creía no saber el porqué.

- Flor – gritó un almacenero que la vio pasar – tengo un paquete para tu señor padre – dijo entre bromas.
- ¿Cómo anda Luis? – respondió limpiando su rostro.
- Bien querida, aquí tienes el paquete. Luego me lo paga tu padre. Envía mis saludos.
- Serán dados y apreciados – respondió con su sonrisa.

El ruido a botellas tintinaba en el interior de las bolsas. Cuando estuvo en el umbral de la puerta, cerró los ojos, tomó aire y entró.

- Buenas tardes, ¿cómo están? – preguntó con buenas energía,
- ¿Dónde estabas? – gritó el padre – regalándote frente a los muchachos del barrio.
- Rubén, basta por favor – dijo la madre afligida – no empieces con...
- Y vos te callas – interrumpió a su esposa con un golpe de puño en un rostro ya magullado.
- Papá – dijo viendo lo que acababa de suceder – papi te traje un pedido del almacén.
- Dame mi maldito alcohol, no sé qué haría sin él… debería tener que enfrentarme a ustedes, las mujeres que arruinan mi felicidad.
- Papi que disfrutes de tus bebidas, nosotras con mamá prepararemos una cena que te guste.

El padre se retiró para su habitación, dejando a una esposa golpeada físicamente y a una hija golpeada emocionalmente. La casa estaba en un pésimo estado, tan llena de humedad como de recuerdos dolorosos. Marcas de violencia por donde se fijara la vista. La habitación de Florencia se reducía a un catre utilizado como sillón en una esquina de la cocina. Decenas de botellas de alcohol por doquier; centenares de cigarrillos, miles de sufrimientos.

*

Al día siguiente Florencia estaba de cumpleaños. Se levantó temprano para ir a la escuela, y nadie hizo nada especial: su padre dormía presa del alcohol, su madre presa de su padre. La muchachita de los rizos de oro se cambió, y salió de su hogar sin comer. Grande fue su sorpresa cuando comenzó a caminar.

- Sorpresa – gritó Damián – vine a buscarte a tu casa por tu cumpleaños.
- Damián – dijo en voz baja – no tendrías que haber vendido hasta acá.
- ¿Por qué? – preguntó preocupado – ¿todo bien?

Florencia miró hacia la casa que dejaba en silencio detrás, y con sus pensamientos puestos en posibles castigos y dolores sintió que su pecho se hundía. Sus ojos se pusieron brillosos y abrazó a Damián.

- Si Dami, todo bien. Tendrías que haber visto el gran desayuno que me hicieron mis padres. No me dejaban salir de lo fuerte que eran sus abrazos.


- Alan Spinelli Kralj -