jueves, 3 de enero de 2019

Crecer es una trampa

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- Recuerdo que antes – dijo enojado el hombre – era más sabio, mucho más inteligente.
- ¿Antes cuándo? – preguntó el nieto son rostro preocupado.
- Antes – hizo una pausa – simplemente antes.

La charla se llevaba a cabo en la casa de campo del viejo Tobías, un anciano de unos noventa años que había sabido convertirse en un hombre rico. La quinta estaba llena de árboles frutales, de plantas coloridas y de pájaros que rondaban por todo el lugar. Tobías y su nieto estaban hablando debajo de una pérgola rodeada de parras violáceas. Su nieto, el joven Carlitos, era el único que iba a visitarlo. Tobías sufría de demencia, con lo cual las conversaciones con él se tornaban muy difíciles; había historias inconexas, preguntaba por personas que habían fallecido, se enojaba con facilidad y permanecía fiel a su rutina diaria.

- ¿Cómo era tu nombre? – preguntó el anciano con el ceño fruncido.
- Soy Carlos abuelo, tu nieto.
- Ah, cierto… ¿y de qué estábamos hablando?
- Ya no importa abuelo – dijo dulcemente – cuéntame lo que quieras.
- ¿Qué quiero? – dijo gritando – yo no quiero nada, mira lo que me pasó por siempre estar queriendo cosas.

Aparentemente, Tobías estaba en otra de sus inconexiones, pero Carlitos no se daba por vencido con respecto a su abuelo; le tenía un cariño especial, y estaba dispuesto a seguirle la corriente y no contradecirlo.

- Te pasaron muchas cosas buenas abuelo.
- No lo niego, pero también esas cosas que me sucedieron trajeron cosas malas.
- ¿Cómo qué?
- Yo lo soñé todo, pero fui muy ingenuo.
- Abuelo – interrumpió Carlitos – si no intentas seguir el hilo de la conversación, no puedo entender lo que quieres decirme.
- De pequeño soñé con este lugar – continuó sin prestar atención a su nieto – con los árboles, con la quinta, con el dinero, pero por sobre todas las cosas soñé con el éxito.
- Y todas esas cosas las conseguiste abuelo.
- Todas las cosas que soñé tuvieron un precio, y ese precio supo ser alto.
- En la vida nada es color de rosas abuelo – dijo Carlitos para tranquilizarlo.
- Los árboles trajeron hormigas, la quinta responsabilidades, el dinero peleas y el éxito – hizo una pausa – el éxito trajo soledad.
- No estás solo abuelo, me tienes a mí.

La tarde estaba preciosa ese otoño, y los colores ocres se extendían por todo el predio. Abuelo y nieto parecían una pieza más de la bella escena.

- Siempre quise ser un antropólogo famoso, y lo logré – continuó – pero a causa de mi fama todo cambió: mi realidad, mi familia, mis amigos, mis tiempos, mis sentimientos, todo cambió.
- No estés tan deprimido abuelo, son cosas de la edad, son cosas de la enfermedad.

En ese momento, su abuelo pareció tener un colapso mental, algo en su interior se movió y giró en el sentido correcto. Su mirada volvió a tener brillo, a tener pasión. Miró como quien mira a un fantasma a su nieto de catorce años, y se abalanzó sobre él. Lo tomó por los hombros, y como quien huye de sí mismo, se apresuró a hablar.

- Carlitos – gritó – no sé cuánto tiempo esta enfermedad me dejará hablarte con sensatez, no tengo mucho tiempo y tengo algo muy importante que decirte.
- Abuelo – dijo pasmado Carlitos – me estás asustando.
- Carlitos recuerda muy bien mis palabras: ¡Crecer es una trampa!
- ¿A qué te refieres?
- A que cuando somos niños queremos crecer, cuando somos adultos no queremos envejecer, y cuando somos viejos queremos volver a ser niños… en conclusión – reafirmó – crecer es una trampa.
- Abuelo…

En ese momento, Tobías soltó a su nieto, y sin decir una palabras volvió a sentarse sobre su lugar, volvió a tener la mirada perdida, y permaneció abrazado a sus pensamientos.

- Recuerdo que antes – volvió a repetir – era más sabio, mucho más inteligente…