martes, 30 de octubre de 2018

Cuerpo para dos

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En el medio de la verde llanura se encontraba una carpa gitana. Sus coloridos toldos se veían a la distancia, y sus adornos dorados y rojos daban la impresión de ser un lugar festivo. En el centro de la carpa, por sobre la puerta, un gran ojo tallado observaba todo cuanto sucedía. Hasta este remoto lugar había llegado Hernán, un joven de treinta años. Tenía grandes problemas de sobre peso, y su andar y respiración eran lastimosos. Por recomendación de amigos, había decidido dejar de lado los médicos, para concentrarse en el factor mágico-religioso.

- Buenos días joven – dijo la vieja gitana - ¿qué te trae por aquí?
- Señora – dijo mientras se sentaba con sumo cuidado – los médicos no encuentran respuestas ante mi problema con la comida.
- ¿Has probado operaciones? – preguntó mientras observaba una bola de cristal y sus ojos brillaban.
- He probado todo, pero no puedo dejar de comer – hizo una pausa para respirar – mis más de doscientos kilos siguen en aumento.

De repente, la gitana ingresó en un profundo transe que acompañó con canciones Romaní (lengua gitana). Sus párpados cerrados se movían rítmicamente, y su semblante cambió.

- La respuesta está en tus padres, pregunta por Silvia.


*

El domingo, mientras grandes cantidades de comida se habían servido e ingerido, Hernán estaba algo inapetente. Sus padres se preocuparon, ante la actitud extraña de su hijo.

- ¿Qué te sucede? – preguntó la madre.
- ¿Quién es Silvia?

Un gran silencio se hizo presente en la mesa.

- Hijo – dijo el padre – no creo que sea momento…
- ¿Quién es Silvia? – volvió a preguntar, mientras la madre rompía en llanto.
- Silvia era tu hermana, murió unos años antes de que nacieras.
- ¿Por qué nunca me dijeron nada?
- Queríamos protegerte Hernán – dijo el padre – además, no lo creímos importante.
- ¿Cómo creyeron que no era importante? – dijo violentamente.
- Porque una vez que vos llegaste a nuestras vidas, Silvia quedó en el pasado, y vos ocupaste su lugar.

En ese preciso momento Hernán entendió todo, su inconsciente reaccionó y comprendió. Su trastorno con la comida tenía que ver con energías y emociones familiares; Hernán había venido a este mundo a reemplazar a su hermana, Hernán era uno y era dos; su cuerpo físico era uno, pero sus cuerpos emocionales eran dos.
Finalmente, Hernán comenzó a llorar, y recordó las últimas palabras de la gitana: “cuando descubras quienes habitan en ti, todo se resolverá”

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 23 de octubre de 2018

La cura de todo mal

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En un futuro no tan lejano, la ciencia ha avanzado a ritmos impensados. Prácticamente todas las enfermedades poseen cura, el dinero ya preocupa solo a algunos pocos, las guerras se han detenido. En el interior del laboratorio QUIMCER los científicos debaten acerca de un nuevo tratamiento experimental.

- Sujeto de prueba uno – dijo el Dr. Cosme – favor de acercarse a la sala A.
- Doctor – dijo la asistente Nilda – hoy haremos historia.
- Claro que si mi querida Nilda – dijo mientras acomodaba unos instrumentos de medición – hoy será el mayor avance de todos los tiempos.

La sala se encontraba completamente iluminada de un color blanco brillante. En medio, una silla cómoda, acompañada de una mesita con una jeringa y un líquido azul.

- Hola – dijo el sujeto uno mientras ingresaba al recinto – mi nombre es Marcos.
- Buenos días – dijo secamente el Dr. – preferimos no llamarlo por el nombre.
- Tome asiento – dijo Nilda amablemente.
- Gracias.
- ¿Es consciente, sujeto uno, de por qué está aquí?
-  Sí – dijo tibiamente – no tengo dinero, ni comida, ni un techo donde dormir… y este lugar me ofrecía todas esas cosas.

Un silencio se produjo entre los tres participantes del proyecto médico. Todos intentaron hacer de cuenta que nada sucedía.

- Usted está aquí – continuó el doctor – porque probará un nuevo tratamiento que hará historia.
- ¿Y en qué consta?
- Introduciremos en su cerebro un líquido que hará desaparecer sus conflictos internos y sus problemas.
- Pero yo no tengo problemas ni conflictos – dijo mientras tomaba asiento.
- Usted acaba de decir que no tiene ni techo, ni comida ni dinero.
- Pero esos no son problemas internos, son externos.

Otro gran silencio se produjo en la sala. Los ambos de los doctores contrastaban con la ropa desvencijada de Marcos.

- Pero sus problemas externos tienen un origen interno, sujeto uno.
- Soy un hombre feliz, con la consciencia tranquila y el corazón en paz… ¿qué relación tiene eso con no tener dinero, techo o comida?
- Bueno…
- Usted, doctor, tiene aparentemente conflictos internos y problemas. ¿Por qué no prueba el tratamiento?
- Yo no tengo problemas Marcos, yo estoy sano.
- Usted lo que tiene es un buen pasar económico y mucho prestigio doctor, pero ¿acaso es feliz?

Los ojos del Dr. Cosme se llenaron de lágrimas, su rostro palideció y sus piernas se aflojaron. Mientras tanto, Pedro no perdía su sonrisa, y la asistente Nilda se vio conmovida.

- Gracias Marcos – dijo finalmente Nilda – su prueba ha terminado.
- ¿Y cuál es el diagnóstico?
- Que usted está sano y nosotros enfermos…

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 16 de octubre de 2018

Espejito rebotón

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Un hombre llamado Jorge caminaba por las calles de la ciudad. Se había levantado muy temprano ese día y comenzado la mañana caminando, caminando y observando todo cuanto le rodeaba. Miraba con detenimiento a todo aquél que se cruzara en su camino.

- ¡Ey tú! – dijo de repente gritando – vago, ¿por qué no vas a trabajar en lugar de estar holgazaneando?

Su entrecejo estaba fruncido, su rostro tenía un semblante de disgusto e indignación. Jorge había comenzado con mucho entusiasmo la mañana, pero poco a poco su humor fue cambiando hasta transformarse por completo. De repente, entró en el almacén del barrio, y continuó observando a los vecinos.

- Yo no sé – dijo interrumpiendo el buen clima – como ustedes están hablando por las espaldas de los vecinos, no tienen remedio – concluyó y dio media vuelta, saliendo del local.

Aparentemente Jorge estaba cruzándose con personas que a su parecer eran indeseables. Desde muy temprano estaba renegando de su barrio y su gente. Todos a su alrededor estaban haciendo las cosas mal, o por lo menos no estaban siendo como él. Finalmente tomó asiento en una plaza, y procedió a observar. Un anciano estaba dándole de comer a las palomas, sin molestar a nadie y disfrutando de su soledad.

- No le da vergüenza, un hombre de su edad jugando con animales tan sucios – soltó un grito de furia y continuó su camino.

Mientras su caminata de indignación y recelo seguía su curso, Jorge se cruzó con una madre y su pequeño niño. Iban juntos de la mano, jugando con las baldosas del suelo. Ambos con una gran sonrisa en el rostro.

- Ustedes – señaló Jorge – juegan y se ríen de todo, sin entender que la vida es una porquería – dijo al tiempo que golpeaba un árbol con su mano, y continuaba su camino.
Madre e hijo quedaron pasmados por la situación. Se miraron, y comenzaron a charlar, al tiempo que Jorge se perdía por las calles.
- Mamá – dijo el pequeño - ¿por qué ese señor estaba tan enojado y nos dijo esas cosas?
- Quizá porque está enojado con su propia vida, e intenta culpar a otros por las decisiones que ha tomado.
- Y ¿por qué iba caminando y hablando mientras se miraba en un espejo de mano?
- Puede ser que esté loco… o puede ser que todo aquello que le está diciendo a la gente en realidad se lo esté diciendo a él mismo.
- ¿Y no se da cuenta?
- Muchas veces, hijo, las personas culpan a los demás de cosas que ellos mismos representan o hacen… y algunas veces pasan así sus vidas sin darse cuenta.


- Alan Spinelli Kralj -

martes, 9 de octubre de 2018

En el zoológico

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En el zoológico de la ciudad de la Plata los sentimientos y las emociones se entre mezclaban en un clima un tanto confuso. Los animales se encontraban privados de su liberta, de sus familias y de sus sueños; mientras que los visitantes expresaban su alegría al ver mamíferos, aves y reptiles que solo les eran conocidos a través de libros o la televisión. Sentimientos de felicidad, sorpresa y tristeza danzaban por entre las jaulas y los pasillos.
Una tarde, un grupo de escolares recorría los distintos sitios en el interior del zoológico a través de una visita guiada. Todos los niños reían y se maravillaban, a excepción de un joven. Un pequeño de tez morena y ojos brillosos observaba con desilusión lo que era la gran jaula de aves exóticas.

- Jovencito – dijo el cuidador -¿cuál es tu nombre?
- Samuel – dijo con timidez.
- ¿Acaso no te gustan los pájaros?
- Sí, pero me pone triste que estén encerrados.
- Pero ellos están allí para ser protegidos.
- Pero no creo que estén felices – dijo aún con tristeza – porque nadie puede estar feliz si está entre rejas.
- Bueno, no hay que pensar en eso – dijo con un rostro estupefacto – vamos, continuemos con el recorrido.

Mientras todo el grupo de niños continuó con la visita, Samuel permaneció inmóvil, firme junto a la gran jaula, como quien busca una solución que solo llegará a través del corazón. Cuando todos se hubieron ido, Samuel entró a la gran jaula, y contando con el descuido de los cuidadores abrió todas las pequeñas cárceles y asustó a los pájaros para que puedan volver a ser libres.

- Vamos – gritó en silencio – no se queden ahí, vuelen y sean libres.

Los pájaros no se movían, quizá porque el encierro los había dominado, les había hecho olvidar lo que se sentía ser libres.

- ¡Fuera! – gritó el pequeño al tiempo que arrojaba una roca para incentivarlos - ¡vuelen! – y finalmente todas aquellas aves surcaron los barrotes para volar hacia el Sol.


*

Las vueltas de la vida hicieron que ese tierno jovencito creciera, y en ese crecimiento la realidad lo golpeó duro, tan duro que a temprana edad fue encarcelado y perdió, al igual que los pájaros, su libertad.
Una tarde, mientras miraba a través de los barrotes de su celda, pudo ver como un pájaro se posaba sobre la rama de un árbol, y su corazón supo que era uno de los pájaros que años atrás él había liberado. Las lágrimas llenaron sus ojos pero no de tristeza; Samuel así se dio cuenta de que, al igual que años atrás en el zoológico, él era el único que tenía las herramientas para alcanzar por fin su tan ansiada libertad.


- Alan Spinelli Kralj -

martes, 2 de octubre de 2018

El que mucho sabe

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La mesa estaba servida y un gran almuerzo tenía lugar un domingo soleado. Muchos familiares se habían sentado a comer y a charlar. Más de diez personas parloteaban mientras escuchaban las historias de Gonzalo, un amigo de la familia que había regresado hacía poco tiempo de recorrer el planeta. Toda la conversación estuvo orientada a lo que el joven había aprendido en el viejo mundo y sus alrededores. Las cuestiones eran interesantes, pero la conversación pasó rápidamente a ser un monólogo.

- Como soy una persona muy espiritual – dijo Gonzalo – estuve en la India, donde aprendí todo acerca de la meditación y la respiración tibetana.
- ¡Qué maravilla! – decían las demás personas.
- En Alemania, Rusia e Inglaterra aprendí lo que es el orden, el respeto y la verdadera educación.
- ¿Y estuviste por… - fue interrumpido.
- Estuve en todos lados.

Los familiares rieron del “chiste” de Gonzalo, y continuaron escuchándolo, mientras la entrada, el almuerzo y el postre fueron pasando.

- Pude comprarme toda la ropa que se puedan imaginar, porque es todo tan barato en los países menos desarrollados que nosotros.
- ¿Qué más aprendiste? – preguntó una tía.
- Todo y más. Ahora me considero un erudito – dijo mientras reía – lo cierto es que viajar te abre la cabeza, y te hace mejor persona.
- Lamentablemente no todos podemos hacerlo – dijo un primo.
- Claro que se puede, el que no viaja es porque no quiere – en tono severo – y puedo decirlo porque tengo la autoridad que me brinda el haber vagado durante meses.
- ¿Qué lugar te gustó más? – retomó el cuestionario una abuela.
- Las islas Bora Bora, un paraíso, tendrían que ir el próximo año.

De pronto, una gran carcajada interrumpió el clima exótico que había adoptado la conversación. El menor de los primos, el rebelde, el malhumorado, el parco, rió en tono sarcástico mientras tomaba un vaso de vino.

- ¡Qué loco! – dijo mientras apoyaba su vaso en la mesada.
- ¿Qué cosa? – preguntó Gonzalo, mientras no podía ocultar su mirada cortante.
- Que sepas todo… aunque hay una sola cosa que no sabes.
- ¿A sí? – preguntó con desprecio - ¿y qué es?
- Aquél que dice todo lo que sabe es porque realmente no sabe nada…

- Alan Spinelli Kralj -

lunes, 1 de octubre de 2018

Pobre Ángel

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El día primaveral estaba soleado, ni una sola nube flotaba en el celeste cielo. Los pájaros volaban de aquí para allá, danzando y llenando el entorno de sonidos maravillosos. El día era propicio para que las personas salieran a caminar, a correr, a jugar osimplemente a relajarse; y ese era el caso de Ángel, un señor de unos setenta años a quien la sociedad había jubilado, y hoy se encontraba sentado en un banco de plaza, recorriendo con la vista el quehacer de las demás personas.

- ¿Con qué necesidad ese gordo sale a correr? – dijo para sí mismo - ¿acaso no se da cuenta de que por más que lo intente no va a bajar de peso?
Ángel dialogaba para sí mismo, en todo bajo, mientras buscaba su paquete de cigarros.
- ¿Y esa mujer? – volvió a preguntarse - ¿quién se cree que es para salir a caminar con esos colores llamativos? ¿una jovencita?

Tomó uno de sus cigarros, lo encendió y comenzó a largar grandes bocanadas de humo.

- Lo único que faltaba, ahí están los vagos que cortan el pasto y a quienes todos les pagamos el sueldo por hacer nada.

Su rostro fue transformándose poco a poco, hasta evidenciar un gran enojo y fastidio.

- Y ahí están esos “raritos”, que hacen ese yoga o qué se yo, en lugar de ir a trabajar todo el día como hacíamos nosotros, los verdaderos hombres.

Ángel apagó un cigarrillo, solo para encender otro. El humo, el olor a tabaco y lo amarillo de sus bigotes ya eran parte de su esencia. Sus arrugas eran producto de los años, pero el semblante de su rostro era producto de su actitud.

- Vergüenza debería darles estar todo el día haciendo ocio, por eso las cosas ya no funcionan como funcionaban antes.

De pronto, ante los ojos de Ángel, todas aquellas personas se dieron vuelta hacia él y lo miraron; “el gordo”, “la mujer”, “el cortador de pasto”, “el rarito”… lo miraron con odio, con bronca y con desprecio, le gritaron cosas horribles, dolorosas y acusadoras, lo hirieron, lo hicieron sentir un inútil, un “viejo inservible”. Tal fue su disgusto que un ataque al corazón colapsó su cuerpo.

Ángel murió un día soleado de primavera sentado en un banco de plaza, frente a aquellas personas que disfrutaban de la vida; pero Ángel no murió realmente del ataque al corazón, Ángel nunca comprendió que JUZGAR ERA JUZGARSE, y su mente le jugó una mala pasada, pues en realidad nadie le dirigió ninguna mirada ni mucho menos una acusación o un insulto… simplemente sus palabras se dieron vuelta hacia él, y murió del disgusto que él mismo supo sembrar y cosechar.


- Alan Spinelli Kralj -
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Presuponiendo

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En las afueras del Tibet, las grandes montañas se erigían imponentes, majestuosas. Los antiguos monasterios se sucedían entre sí, escalonándose entre los picos nevados. En uno de ellos, el más antiguo y alejado, un joven de nombre Ivan se encontraba atravesando el final de su peregrinación. Había caminado, trepado y escalado enormes distancias, para poder encontrar a un maestro espiritual que le diera las respuestas a sus preguntas.

- Maestro - dijo al centenario hombre – he venido hasta este lugar para poder encontrar respuestas.
- Te escucho jovencito – dijo el anciano que apenas abría los ojos para verlo.
- En estos últimos tiempos me he sentido traicionado…
- Continúa, deja que tu corazón sea el que hable, sin que intervenga tu mente.
- Mis amigos me han traicionado, mis compañeros de trabajo, mis jefes y mi ex esposa… todos y cada uno de ellos me han jugado malas pasadas – con lágrimas en los ojos – y eso me quita el sueño.
- ¿Por qué crees que eso no te deja dormir?
- Porque yo confié en ellos, yo los ayudé, estuve cuando me necesitaron, y sin embargo… me han traicionado de una u otra manera vil mente.

El anciano pensó poco, espero un tiempo prudencial y dijo mucho.

- ¿Cuál es tu verdadera pregunta?
- ¿Qué debo hacer con esas personas?
- Mira – dijo mientras se acomodaba las mantas que lo cubrían – el gran problema de las personas es que creen conocer al otro, y no se dan cuenta de que uno solo puede conocer, con mucho trabajo, lo que hay dentro de uno mismo.
- Pero…
- Te sientes traicionado porque crees que las personas que te rodean y rodeaban hicieron algo que no creíste que harían, porque creíste conocerlas… gran error.
- Tiene razón maestro.
- Entonces, jovencito, necesariamente debes aprender que nunca terminarás de conocer a alguien, por ende todo lo que haga debe sorprenderte, ni para bien, ni para mal… solo debe sorprenderte.
- Pero no es fácil actuar de esa manera.
- Claro que no – dijo mientras se incorporaba con lentitud – pero es la única manera de evitar el sufrimiento que nos causamos en relación al accionar de las demás personas.
- Es muy cierto.
- Ahora si me disculpas, estoy por perderme mi programa de televisión.
- Pero maestro, creí que usted vivía alejado de todo lujo y distracción.
- Tu camino hacia el no presuponer comienza ahora mismo Iván…

- Alan Spinelli Kralj -

Junto al Sol de la tarde

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Lorena se levantaba por la mañana, desayunaba en silencio, observaba a su familia y los miraba con un amor sin igual; disfrutaba sus rostros, sus gestos, sus charlas, hasta sus peleas, pero todo en silencio. Luego se iba a su trabajo, y lo hacía de la mejor manera; no protestaba, no se peleaba realmente con nadie, no se guardaba nada y decía todo como le parecía, disfrutaba realmente tener trabajo y poder ser buena en él. Por las tardes caminaba por el barrio, tocaba la corteza de los árboles, respiraba la fragancia de las flores, escuchaba el sonido de los pájaros, le sonreía a todo aquél que pasaba. Más de una vez caminaba por las góndolas de los supermercados y se reía al darse cuenta de todas las cosas que no necesitaba comprar, porque la felicidad estaba en su interior… y no en las cosas.

Una tarde a la salida del trabajo, Lorena se sentó a merendar en una plaza. Mientras observaba a las palomas, un niño se le acercó y comenzó a hablarle.

— Hola — dijo el niño mientras se sentaba junto a ella en un banco.
— Hola bichi — dijo Lorena generando empatía — ¿cómo estás?
— Muy bien, ¿y vos?
— También muy bien. Feliz. Sin ninguna preocupación más que la de disfrutar.
— Me parece perfecto, ya era hora que dejaras de preocuparte.
— ¿Por qué lo decís? — preguntó con curiosidad mientras dejaba su merienda.
— Porque hasta hace unas semanas te estabas preocupando de más, por esto y por aquello.
— No entiendo a qué te referís — dijo asustada y algo preocupada.

El niño se incorporó y estiró los brazos. Luego, le sonrió.

— ¿No te sentís mejor ahora que los médicos no son una preocupación en tu vida?
— ¡Ay Dios! — dijo gritando — me olvidé de los turnos que me dio el médico.
— ¿Ya no te preocupas por tonterías como el tránsito a la hora de ir a buscar a tus hijos al colegio?
— ¡Mis hijos! — gritó nuevamente — tengo que ir a buscarlos, se me pasó por completo.

El niño continuaba mirando a Lorena con la misma sonrisa pícara. Pateó una piedrita del suelo y volvió a regalarle una sonrisa.

— ¿Qué me está pasando? — le preguntó como quien busca respuestas.
— ¿Tú qué crees?
— Es como si hubiera olvidado todo, incluso como si hubiera olvidado que… — se hizo una pausa, y continuó con la mirada perdida — estoy enferma.
— Ya no lo estás…
— ¿Qué pasó con mi enfermedad?
— Murió… contigo.
— ¿Y por qué ya nada me preocupa? ¿Por qué me siento tan bien? ¿Por qué nada me duele ni estoy triste?
— Porque cuando las personas mueren finalmente terminan de entenderlo todo Lorena, ya no hay preocupaciones, ni sufrimiento, ni nada que se le parezca… tu cuerpo murió y tu espíritu se liberó.
Pasaron unos minutos hasta que Lorena pudo comprender lo que sucedía. Se paró, miró con los ojos directo al Sol y lloró de emoción.
— ¿Quién sos? — sin apartar la vista del Sol.
— Te lo voy a explicar en el camino…

Y ambos desaparecieron junto al Sol de la tarde…

- Alan Spinelli Kralj -

El dolor

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Neurosiquiatrico “El olvido” era un lugar destinado a aquellas personas que padecían trastornos severos de la personalidad. Se hallaba distribuido en pabellones, cuyos pisos paredes y techos eran de color blanco, al igual que todo el edificio. Las enfermeras, los médicos y psicólogos se encontraban, también, vestidos de blanco. Todo en la institución era de color blanco, a excepción de la ropa que utilizaban los pacientes, pues era de color negro. ¿Casualidad? Quizá simples políticas institucionales.

Por los pasillos de “El olvido” iban caminando dos psicólogos, dos colegas, que se encontraban haciendo sus recorridos de rutina.

— Doctor — dijo el más joven de ellos — nunca le he preguntado; ¿cuál es la historia de cada paciente?
— Mira Germán — dijo con tono amable — eres nuevo aquí, un residente recién llegado, y con el tiempo aprenderás cosas maravillosas. ¿Ves a Jorge? — señalando a un anciano vestido de negro — él está aquí porque nunca lloró cuando debía llorar.
— Pero…
— Mira — al tiempo que señalaba hacia la otra dirección — esa es Bety, la jovencita que reprimió sus instintos más violentos y nunca discutió con nadie.

El doctor Carlos y el residente Germán continuaban caminando por los pasillos, visitando pacientes y dialogando.

— Aquí tenemos a Sonia — dijo mientras le otorgaba su medicación — ella está aquí porque siempre le importó más el dinero que la felicidad— ya en voz baja para que no lo oiga.
— Y ¿esa señora que va allí en silla de ruedas?
— Oh, ella es Ramona.
— ¿Por qué está en el neurosiquiátrico?
— Porque no pudo procesar sus duelos, no pudo enojarse, llorar, gritar, o patalear. Simplemente, ante las pérdidas permanecía inherte a lo que sucedía.
— ¿Y esa muchachita joven? — señalando a una mujer de treinta años rodeada por peluches.
— Ella le tenía mucho miedo a la soledad; el miedo la dominó y sus mayores temores se hicieron realidad: se quedó sola.
— Pero quedarse solo no tiene nada de malo.
— No… siempre y cuando uno lo acepte y no se deje dominar por el miedo.
Se hizo una pausa y los doctores miraron sus planillas, luego sus relojes y suspiraron.
— Entonces Doctor — dijo Germán — todos aquí están por problemas superficiales.
— No son problemas superficiales Germán; quienes están aquí nunca pudieron atender sus sentimientos de dolor, y eso hizo que colapsaran…

De repente y sin previo aviso, una luz roja comenzó a sonar entre los pasillos, y un grupo de doctores y enfermeros corrieron hacia Carlos y Germán gritando.

— Allí vienen — dijo Germán muy tranquilo.
— Así es Carlos, nos descubrieron.
— Por último doctor: ¿Cuál es mi diagnóstico?
— Usted está aquí, mi estimado Germán, porque nunca pudo entender que la vida es como es, y no como debería ser; ni usted ni yo somos médicos, tampoco estamos locos… simplemente nunca pudimos darle tiempo al dolor…

- Alan Spinelli Kralj -

Como el agua

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Carlos se encontraba bebiendo una cerveza artesanal en un bar del centro de la ciudad. Vestía muy bien, reloj y anillos en sus manos. Había pedido una cerveza rusa, muy pequeña y costosa, pero sabrosa. Una sonrisa dibujada en su rostro hacía que las miradas de los demás clientes se posaran en él. Su pie se movía rítmicamente al compás del Jazz que sonaba de fondo. Para quienes tenían el agrado de observarlo, Carlos se mostraba como un hombre exitoso.

— Perdón por la tardanza — dijo un hombre también bien vestido mientras se sentaba al lado de Carlos.
— Hola Juan — dijo mientras se abrazaban en un cálido saludo.
— ¿Cómo andan las cosas? Me dijiste que tenías que hablar conmigo.
— Si, pero no te preocupes, es solo para charlar, hace mucho que no nos veíamos.

La conversación fue avanzando, al igual que la noche, es decir que a mientras más noche, más charla.

— Quiero que me cuentes sobre el trabajo — dijo Juan, mientras tomaba otro trago de la cerveza que Carlos había invitado.
— Me despidieron.
— ¿Qué? — preguntó con asombro, mientras abría sus ojos.
— Así como suena, después de tres años de intenso trabajo me dijeron que me fuera.
— Pero… no lo entiendo. ¿Cómo estás tan tranquilo si sabes que te quedaste sin trabajo?
— Vos me conoces hace mucho Juan, mi vida ha sido siempre movimiento, siempre me he tenido que adaptar a todo cuanto me sucedía… muertes, abandonos, separaciones, dolores, pobreza, incertidumbre.
— Pero…
— Durante tres años tuve un excelente trabajo, me fue genial; viajé, volé, conocí, disfruté… hoy mi vida vuelve a cambiar, y no me queda otra alternativa más que ser como el agua, que se adapta según el recipiente.
— Wow… — dijo Carlos intentando procesar información — ojalá pudiera tomarme la vida como vos.
— ¿Sabes cuál es la premisa que rige mi vida para no aferrarme ni a lo bueno ni a lo malo?
— No.
— “Esto también pasará”

- Alan Spinelli Kralj -