martes, 8 de enero de 2019

El paradigma de los pájaros

Resultado de imagen para dando comer a las palomas


Dos jóvenes filósofos debatían acerca de la vida en el banco de una plaza. Ambos habían estudiado en importantes universidades, se habían recibido con honores y hoy, aunque a temprana edad, eran considerados por sus colegas como dos eruditos. Observaban y contemplaban todo cuanto los rodeaba. De repente, entre mayéuticas y hermenéuticas cruzadas, sus atenciones se vieron direccionadas hacia un hombre que se sentaba a unos metros frente a ellos.

- Mira Diego, mira a ese anciano.
- Lo veo – dijo al tiempo que sonreía – parece que conoce la plaza muy bien, Nelson.
- Si, y también se nota que está muy viejo, y no hay que ser filósofo para darse cuenta, jaja.

Ambos rieron de su “culto” chiste. El anciano parecía vestido con ropa muy anticuada, descuidada. Gruesos lentes, pelo canoso, sin rastros de barba y piel rugosa. El anciano estaba sentado, aparentemente observando hacia el infinito, como ido.

- Ahí lo tenes, solo, sin nadie con quien hablar. Debe ser terrible llegar a esa edad y no poder hacer nada más que envejecer.
- Sí, creo que la ancianidad está acompañada de la soledad, porque si no, no se explica que tantos ancianos estén como él: solos.
- Es cierto, además debe estar loco – dijo en tono perspicaz – es más, esperemos unos minutos y vamos a poder contemplar la soledad.
- Si, estemos atentos.

Ambos filósofos parecían entretenerse con la escena que tenían delante: un anciano sentado en un banco de plaza. De repente, un pájaro se posó sobre una fuente de agua muy cerca del anciano, quien comenzó a observarlo. Lo miraba, lo contemplaba, lo sentía. Entonces aquél hombre de tez blanca y pelo canoso comenzó a sonreír, luego a reír y finalmente sacó del bolsillo un trozo de pan y comenzó a arrojarle migas al pájaro.

- ¡Eureka! – gritó Diego – ahí lo tenemos.
- ¿Qué cosa? – preguntó irónicamente Nelson.
- El anciano y su soledad se han hecho presentes. Qué solo debe estar ese hombre que la sola presencia de un pájaro lo alegra.

En ese preciso instante, un niño que estaba jugando a la pelota, y aparentemente escuchando la conversación, se acercó a ambos profesionales.


- Ustedes podrán saber mucho, pero para mí se equivocan – dijo valientemente ante dos extraños.
- Ah… ¿Si? – preguntaron desafiantes -¿y por qué crees que nos equivocamos?
- Para ustedes una persona que le sonríe a los pájaros es un hombre al cual le duele la soledad – hizo un silencio – pero para mí, aquél que sonríe ante la presencia de un pájaro… ése es un hombre feliz.

- Alan Spinelli Kralj -