El día primaveral estaba soleado, ni una sola nube flotaba en el celeste cielo. Los pájaros volaban de aquí para allá, danzando y llenando el entorno de sonidos maravillosos. El día era propicio para que las personas salieran a caminar, a correr, a jugar osimplemente a relajarse; y ese era el caso de Ángel, un señor de unos setenta años a quien la sociedad había jubilado, y hoy se encontraba sentado en un banco de plaza, recorriendo con la vista el quehacer de las demás personas.
- ¿Con qué necesidad ese gordo sale a correr? – dijo para sí mismo - ¿acaso no se da cuenta de que por más que lo intente no va a bajar de peso?
Ángel dialogaba para sí mismo, en todo bajo, mientras buscaba su paquete de cigarros.
- ¿Y esa mujer? – volvió a preguntarse - ¿quién se cree que es para salir a caminar con esos colores llamativos? ¿una jovencita?
Tomó uno de sus cigarros, lo encendió y comenzó a largar grandes bocanadas de humo.
- Lo único que faltaba, ahí están los vagos que cortan el pasto y a quienes todos les pagamos el sueldo por hacer nada.
Su rostro fue transformándose poco a poco, hasta evidenciar un gran enojo y fastidio.
- Y ahí están esos “raritos”, que hacen ese yoga o qué se yo, en lugar de ir a trabajar todo el día como hacíamos nosotros, los verdaderos hombres.
Ángel apagó un cigarrillo, solo para encender otro. El humo, el olor a tabaco y lo amarillo de sus bigotes ya eran parte de su esencia. Sus arrugas eran producto de los años, pero el semblante de su rostro era producto de su actitud.
- Vergüenza debería darles estar todo el día haciendo ocio, por eso las cosas ya no funcionan como funcionaban antes.
De pronto, ante los ojos de Ángel, todas aquellas personas se dieron vuelta hacia él y lo miraron; “el gordo”, “la mujer”, “el cortador de pasto”, “el rarito”… lo miraron con odio, con bronca y con desprecio, le gritaron cosas horribles, dolorosas y acusadoras, lo hirieron, lo hicieron sentir un inútil, un “viejo inservible”. Tal fue su disgusto que un ataque al corazón colapsó su cuerpo.
Ángel murió un día soleado de primavera sentado en un banco de plaza, frente a aquellas personas que disfrutaban de la vida; pero Ángel no murió realmente del ataque al corazón, Ángel nunca comprendió que JUZGAR ERA JUZGARSE, y su mente le jugó una mala pasada, pues en realidad nadie le dirigió ninguna mirada ni mucho menos una acusación o un insulto… simplemente sus palabras se dieron vuelta hacia él, y murió del disgusto que él mismo supo sembrar y cosechar.
- Alan Spinelli Kralj -