lunes, 1 de octubre de 2018

El dolor

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Neurosiquiatrico “El olvido” era un lugar destinado a aquellas personas que padecían trastornos severos de la personalidad. Se hallaba distribuido en pabellones, cuyos pisos paredes y techos eran de color blanco, al igual que todo el edificio. Las enfermeras, los médicos y psicólogos se encontraban, también, vestidos de blanco. Todo en la institución era de color blanco, a excepción de la ropa que utilizaban los pacientes, pues era de color negro. ¿Casualidad? Quizá simples políticas institucionales.

Por los pasillos de “El olvido” iban caminando dos psicólogos, dos colegas, que se encontraban haciendo sus recorridos de rutina.

— Doctor — dijo el más joven de ellos — nunca le he preguntado; ¿cuál es la historia de cada paciente?
— Mira Germán — dijo con tono amable — eres nuevo aquí, un residente recién llegado, y con el tiempo aprenderás cosas maravillosas. ¿Ves a Jorge? — señalando a un anciano vestido de negro — él está aquí porque nunca lloró cuando debía llorar.
— Pero…
— Mira — al tiempo que señalaba hacia la otra dirección — esa es Bety, la jovencita que reprimió sus instintos más violentos y nunca discutió con nadie.

El doctor Carlos y el residente Germán continuaban caminando por los pasillos, visitando pacientes y dialogando.

— Aquí tenemos a Sonia — dijo mientras le otorgaba su medicación — ella está aquí porque siempre le importó más el dinero que la felicidad— ya en voz baja para que no lo oiga.
— Y ¿esa señora que va allí en silla de ruedas?
— Oh, ella es Ramona.
— ¿Por qué está en el neurosiquiátrico?
— Porque no pudo procesar sus duelos, no pudo enojarse, llorar, gritar, o patalear. Simplemente, ante las pérdidas permanecía inherte a lo que sucedía.
— ¿Y esa muchachita joven? — señalando a una mujer de treinta años rodeada por peluches.
— Ella le tenía mucho miedo a la soledad; el miedo la dominó y sus mayores temores se hicieron realidad: se quedó sola.
— Pero quedarse solo no tiene nada de malo.
— No… siempre y cuando uno lo acepte y no se deje dominar por el miedo.
Se hizo una pausa y los doctores miraron sus planillas, luego sus relojes y suspiraron.
— Entonces Doctor — dijo Germán — todos aquí están por problemas superficiales.
— No son problemas superficiales Germán; quienes están aquí nunca pudieron atender sus sentimientos de dolor, y eso hizo que colapsaran…

De repente y sin previo aviso, una luz roja comenzó a sonar entre los pasillos, y un grupo de doctores y enfermeros corrieron hacia Carlos y Germán gritando.

— Allí vienen — dijo Germán muy tranquilo.
— Así es Carlos, nos descubrieron.
— Por último doctor: ¿Cuál es mi diagnóstico?
— Usted está aquí, mi estimado Germán, porque nunca pudo entender que la vida es como es, y no como debería ser; ni usted ni yo somos médicos, tampoco estamos locos… simplemente nunca pudimos darle tiempo al dolor…

- Alan Spinelli Kralj -