martes, 2 de octubre de 2018

El que mucho sabe

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La mesa estaba servida y un gran almuerzo tenía lugar un domingo soleado. Muchos familiares se habían sentado a comer y a charlar. Más de diez personas parloteaban mientras escuchaban las historias de Gonzalo, un amigo de la familia que había regresado hacía poco tiempo de recorrer el planeta. Toda la conversación estuvo orientada a lo que el joven había aprendido en el viejo mundo y sus alrededores. Las cuestiones eran interesantes, pero la conversación pasó rápidamente a ser un monólogo.

- Como soy una persona muy espiritual – dijo Gonzalo – estuve en la India, donde aprendí todo acerca de la meditación y la respiración tibetana.
- ¡Qué maravilla! – decían las demás personas.
- En Alemania, Rusia e Inglaterra aprendí lo que es el orden, el respeto y la verdadera educación.
- ¿Y estuviste por… - fue interrumpido.
- Estuve en todos lados.

Los familiares rieron del “chiste” de Gonzalo, y continuaron escuchándolo, mientras la entrada, el almuerzo y el postre fueron pasando.

- Pude comprarme toda la ropa que se puedan imaginar, porque es todo tan barato en los países menos desarrollados que nosotros.
- ¿Qué más aprendiste? – preguntó una tía.
- Todo y más. Ahora me considero un erudito – dijo mientras reía – lo cierto es que viajar te abre la cabeza, y te hace mejor persona.
- Lamentablemente no todos podemos hacerlo – dijo un primo.
- Claro que se puede, el que no viaja es porque no quiere – en tono severo – y puedo decirlo porque tengo la autoridad que me brinda el haber vagado durante meses.
- ¿Qué lugar te gustó más? – retomó el cuestionario una abuela.
- Las islas Bora Bora, un paraíso, tendrían que ir el próximo año.

De pronto, una gran carcajada interrumpió el clima exótico que había adoptado la conversación. El menor de los primos, el rebelde, el malhumorado, el parco, rió en tono sarcástico mientras tomaba un vaso de vino.

- ¡Qué loco! – dijo mientras apoyaba su vaso en la mesada.
- ¿Qué cosa? – preguntó Gonzalo, mientras no podía ocultar su mirada cortante.
- Que sepas todo… aunque hay una sola cosa que no sabes.
- ¿A sí? – preguntó con desprecio - ¿y qué es?
- Aquél que dice todo lo que sabe es porque realmente no sabe nada…

- Alan Spinelli Kralj -