Durante los
primeros años de colegio, María fue una alumna más, pero si de algo podemos
estar seguros es que no fue solo una niña más. Desde sus intereses, sus juegos,
desde sus preguntas y también desde sus respuestas, siempre fue la “distinta”.
María podía pasar horas hablando con los árboles, sus tardes transcurrían entre
pájaros, sapos y mariposas. Contrario a los niños de su edad, María amaba
dormir la siesta, porque decía que en sus sueños podía volar, podía hablar con
espíritus que le enseñaban cosas, María en sus sueños era una heroína, era una
aventurera, era indomable, María podía ser lo que quisiera ser.
Una mañana,
un maestro preguntó a María:
—
¿Qué
tiene en el bolsillo? —
—
Un
caballo — dijo la niña
—
No
es posible — dijo el maestro.
—
Tengo
un caballo que come hojas de menta, y bebe café — dijo la niña.
—
Por
mentirosa tiene un cero en conducta —
—
Mi
caballo canta, toca el armonio y baila boleros — dijo la niña.
—
¿Se
volvió loca? —
—
Mi
caballo galopa dentro del bolsillo de mi delantal y salta en el prado que
brilla en la punta de mis zapatos — dijo la niña.
—
Eso
es descabellado —
—
Mi
caballo es rojo, azul y violeta; es naranja, blanco o verde limón, depende del
paso del Sol. Tiene ojos color de melón y una cola larga que termina en flor —
dijo la niña.
—
Tiene
cero en dibujo —
—
Mi
caballo me ha dado mil alegrías, ochenta nubes, un caracol, un mapa, un barco,
tres marineros, dos mariposas y una ilusión — dijo la niña.
—
Tiene
cero en aritmética —
—
Qué
lástima que usted no vea el caballo que tengo dentro del bolsillo — dijo la
niña, que sacó al caballo de su bolsillo, montó en él… y se fue volando.