lunes, 20 de marzo de 2017

Mundos imaginarios




En una pequeña casa en las afueras de un pueblo, un jovencito visitaba a su abuelo. El anciano tenía el rostro cubierto de arrugas, coronado por una gran cantidad de pelo en las cejas y escasos cabellos blancos en su cabeza. Sentado en una silla de ruedas, platicaba con su nieto. La habitación en la que se encontraban estaba despintada pero prolija, poblada de muebles, cada uno ubicado en la posición justa. Mucha luz inundaba la sala, y corría una brisa mañanera que entraba por los grandes ventanales.

— Juancito — comenzó a platicar el anciano.
— ¿Qué abuelo? — respondió con paciencia.
— ¿Acaso te conté de la vez en que visité un bosque en las montañas y me topé con un maravilloso pájaro que me enseñó acerca de la amistad?
— Sí abuelo, muchas veces — respondió Juan con sequedad.
— Ajá — pronunció el abuelo al mismo tiempo que chasqueaba su lengua — y dime Juancito… ¿te conté sobre la vez que conocí en ese mismo bosque a una bella mariposa que lloraba porque había perdido a su familia?
— También lo hiciste abuelo — respondió mientras miraba los muebles y prestaba poca atención a las historias de su abuelo.
— Eso me recuerda a la vez que me adentré en las montañas más altas del mundo para buscar a un chamán llamado Facundo, y me enseñó que….
— Abuelo — interrumpió el jovencito — ¿por qué mientes todo el tiempo?

El anciano fue sorprendido por la pregunta, pero lejos de enojarse se enterneció con su nieto. En la familia de aquellas dos personas se decía que el abuelo estaba loco, que decía disparates e inventaba historias que nunca habían sucedido. Quizá por eso solo el pequeño Juan lo visitaba y aguantaba sus relatos.

— ¿Por qué crees que miento Juancito? — preguntó amablemente.
— Porque no es cierto que los pájaros sepan de amistad, ni que las mariposas lloren, tampoco me imagino que tú hayas ido a las montañas y te encontraras con gente sabia.
— Es que allí está el problema Juancito; debes imaginar las cosas para que puedan ser posibles, para que sean reales.
— Entonces, si solo están en la imaginación, eso quiere decir que nunca sucedieron — dijo enfurecido ante la tozudez de su abuelo.
— Mira Juancito, hazme un favor y trae esa gran valija que hay en el suelo.

Juan hizo lo que su abuelo le pedía. Puso la valija entre los dos, y la abrió. En su interior, pudo encontrar una docena de libros. Todos eran muy viejos, algunos grandes y otros pequeños, algunos pesados y otros livianos. En aquellos ejemplares las tapas eran muy diversas: algunas representaban bosques, otras montañas, algunas tenían desiertos y otras, tenían mundos mágicos dibujados. Todos los libros eran diferentes, pero en todos ellos estaba el nombre de su abuelo.

— Abuelo — dijo Juan sorprendido — ¿tú los escribiste?
— Si Juancito, fui y soy escritor; todos esos libros fueron escritos por mí.
— ¿Y por qué nunca se lo dijiste a nadie? — preguntó con inevitable curiosidad.
— Algunos lo saben, otros no. Lo cierto es que aquí están mis historias Juancito. ¿Ahora me crees?
— Pero tu escribiste esos libros, no fuiste a esos lugares, ¿o sí?
— Claro que fui a esos lugares, mi imaginación se transportó a esos bosques, a esos desiertos, a esas montañas y a mundos fantásticos; y cuando cientos de personas los leyeron también pudieron viajar a esos lugares… esas aventuras sucedieron, me sucedieron Juancito.
— Te pido perdón por no haberte creído abuelo — dijo apenado el joven.
— No hay nada que perdonar Juancito, al contrario, ha llegado la hora de que tú comiences a viajar — y abrazando a su nieto, le obsequió los libros.

- Alan Spinelli Kralj -

lunes, 20 de febrero de 2017

La purificación


Rubén era un hombre como tantos otros, pero tenía una particularidad que lo hacía especial: era consciente de su propia existencia, y por eso buscaba la purificación de su alma con ahínco. Fue por eso que decidió viajar hasta los confines del mundo, hasta los mismísimos pilares del cielo: las montañas del norte argentino. Claro que Rubén tuvo que pasar diversas aventuras que pusieron a prueba su perseverancia y sus ganas de ser un hombre puro. Horas, días y hasta meses pasaron desde su peregrinaje, pero luego de tan extraordinaria aventura, Rubén llegó a las puertas de un importante Chamán de las alturas: El viejo “Tanti”, anciano de renombre por sus técnicas mágicas y su inmensa sabiduría.
El chamán permanecía sentado sobre una roca; su rostro estaba lleno de arrugas, pero un halo de luz y serenidad lo cubrían. Sus ojos estaban ciegos debido a su edad, pero sus demás sentidos se encontraban tan finos como los de un felino.

      Buenos días peregrino — dijo el sabio.
      Buenos días señor — respondió con vergüenza — mi nombre es… —
      ¿Qué es lo que quieres Rubén? — dijo secamente.

El peregrino se dio cuenta que estaba ante un poderoso chamán, más poderoso de lo que él creía. Desde el momento en que se había visto, aquél hombre supo su nombre y fue directo al grano.

      Busco purificarme gran señor, y es por eso que… —
      Debes pronunciar las palabras claves para poder ser purificado —
      No conozco las palabras de las que habla, pero puedo aprenderlas — dijo mirando el suelo.
      Claro que no puedes aprenderlas, ese conocimiento le está vedado a personas como tú — dijo con desprecio — Para ti solo existe un camino y es el más difícil y terrible de todos —
      Estoy dispuesto a todo —
      Está bien — dijo con sonrisa maliciosa — siéntate en esta roca y enseguida vuelvo — al tiempo que se levantaba y se dirigía al interior de su choza —

Rubén no sabía lo que estaba sucediendo, pero de algo estaba seguro: quería ser purificado para poder limpiar los errores de su pasado, de modo que accedió sin pensar siquiera en lo que podía enfrentar.
El sabio Tanti salió de su choza con una jarra repleta de un líquido blanco.

      Ahora Rubén debes cerrar los ojos — dijo mientras levantaba por sobre su cabeza la jarra.
      Está bien —
      Recibirás el baño sagrado, la sabiduría Inca recorrerá tu cuerpo y serás purificado y sanado de todo mal —

El líquido fue vertido sobre la cabeza de Rubén y avanzó por sobre todo su cuerpo. Su aroma era conocido, pero al no tener permitido abrir los ojos sensaciones desconocidas lo invadieron por completo. Rubén sintió como todos sus pesares y pecados le eran perdonados. Pudo percibir con todo su ser como la purificación llegaba a su vida, y lo dejaba libre de todo mal. Cuando le fue ordenado, abrió los ojos y con lágrimas nublando su vista abrazó a aquél viejo chamán entre montañas.

      Gracias, gracias, gracias — dijo emocionado — me ha limpiado por completo gran Maestro.
      Pero claro joven, la leche de cabra es tan pura como el agua — dijo entre risas.
      Pero… — titubeó — acaso ¿no dijo que era un baño sagrado? — preguntó con desconcierto.
      ¿Y acaso tú no lo sentiste así? —
      Sí, pero… —
      Pero nada, no hay peros. ¿Delante de quién te encuentras? —
      De un chamán entre montañas —

      Y yo me encuentro delante de una persona que ha recorrido cientos de kilómetros con la sola intención de que sus pecados fueran perdonados. Has hecho un peregrinaje extraordinario porque realmente estas arrepentido de las cosas malas de tu vida, y has estado dispuesto a una prueba final que podría haber sido fatal… Déjame decirte que me encuentro delante de una persona que, sin saberlo, hace mucho tiempo fue purificada y perdonada…

lunes, 13 de febrero de 2017

La niña y el maestro


Durante los primeros años de colegio, María fue una alumna más, pero si de algo podemos estar seguros es que no fue solo una niña más. Desde sus intereses, sus juegos, desde sus preguntas y también desde sus respuestas, siempre fue la “distinta”. María podía pasar horas hablando con los árboles, sus tardes transcurrían entre pájaros, sapos y mariposas. Contrario a los niños de su edad, María amaba dormir la siesta, porque decía que en sus sueños podía volar, podía hablar con espíritus que le enseñaban cosas, María en sus sueños era una heroína, era una aventurera, era indomable, María podía ser lo que quisiera ser.

Una mañana, un maestro preguntó a María:

      ¿Qué tiene en el bolsillo? —
      Un caballo — dijo la niña
      No es posible — dijo el maestro.
      Tengo un caballo que come hojas de menta, y bebe café — dijo la niña.
      Por mentirosa tiene un cero en conducta —
      Mi caballo canta, toca el armonio y baila boleros — dijo la niña.
      ¿Se volvió loca? —
      Mi caballo galopa dentro del bolsillo de mi delantal y salta en el prado que brilla en la punta de mis zapatos — dijo la niña.
      Eso es descabellado —
      Mi caballo es rojo, azul y violeta; es naranja, blanco o verde limón, depende del paso del Sol. Tiene ojos color de melón y una cola larga que termina en flor — dijo la niña.
      Tiene cero en dibujo —
      Mi caballo me ha dado mil alegrías, ochenta nubes, un caracol, un mapa, un barco, tres marineros, dos mariposas y una ilusión — dijo la niña.
      Tiene cero en aritmética —

      Qué lástima que usted no vea el caballo que tengo dentro del bolsillo — dijo la niña, que sacó al caballo de su bolsillo, montó en él… y se fue volando.

viernes, 10 de febrero de 2017

Las trabas


Cuenta el hablar popular, que en las legiones romanas se encontraron los guerreros más fuertes y disciplinados de la historia antigua. Y al igual que todo en el universo, las cosas exigen un orden, y los ejércitos romanos no fueron la excepción. El encargado de imponer rectitud en las tropas era un General llamado Calvio Rominux; un hombre fuerte, con experiencia, dotado de habilidades extraordinarias, pero por sobre todas las cosas… ambiciones.

Un día, las tropas marchaban hacia las Galias, esos pueblos bárbaros cargados de ira y salvajismo; pues sí, el Cesar deseaba ampliar sus dominios. Mientras encabezaba las legiones, Calvio Rominux se topó con un niño, el cuál vestía harapos en medio de la llanura. El general se acercó a él y le preguntó:

- Niño, ¿qué haces aquí? –
El pequeño levantó la vista, y replicó el comentario de aquél importante hombre.
- ¿Qué haces tú aquí Calvio? –
Aquél General no supo cómo reaccionar… ¿cómo sabe mi nombre? ¿quién es? ¿por qué está aquí preguntándome eso?
- Soy el General Romano Calvio Rominux, comandante de la cuarta, quinta y sexta legión Romana, hijo de… -
- Calvio – interrumpió el niño - ¿qué haces tú aquí? – volvió a preguntar
- Busco conquistar las Galias –
- ¿Para qué? –
- Para contentar al Cesar – 
- ¿Con qué propósito? –
- Busco ser alguien importante –
- ¿Para qué? –
- Para poder vivir tranquilo –
- ¿Y por qué no estás tranquilo aquí? –
- ¡Pues porque estoy rodeado de guerra, muerte y dolor! – gritó fuerte al viento… al darse cuenta que en aquella pregunta se hallaba su respuesta.

- Soy tan solo un niño – dijo el pequeño – pero creo que no es sabio vivir tranquilo y luego buscar la guerra para intentar conseguir lo que perdiste… -