martes, 20 de noviembre de 2018

La empoderada

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Marili era una empleada, una tele-marketer. Vestía una falda corta pegada al cuerpo, una camisa blanca y un rodete muy tirante como peinado; tacos altos, uñas pintadas de rojo, y un rostro espolvoreado. Marili odiaba su trabajo, pero debía mantenerlo para poder continuar con sus estudios.

- Vos – le dijo su jefe enojado – ¿llegaste tarde de nuevo?
- ¿Perdón? – preguntó Marili sorprendida - ¿me está hablando a mi señor? 
- ¿A qué otra tonta podría estar hablándole? – preguntó con ironía – sos una basura, eso es lo que sos.
- Voy a pedirle que no me falte el respeto porque… 
- Ahh – exclamó – ahora resulta que sabes de derechos. 
- Si – dijo tímidamente mientras todos la observaban. 
- Mira – dijo y la amenazó con el dedo – vos no sabes con quién…

En ese momento el jefe de Marili fue interrumpido por su secretario, quien le dijo algo al oído.

- Ah, con vos no era la cosa, vos no sos María, me confundí – dijo y continuó su camino.

Todos voltearon y continuaron con su trabajo, todos menos Marili, quien con sus ojos llenos de lágrimas decidió pedir su descanso y salir a caminar. Mientras caminaba se detuvo en una pequeña plazoleta y buscó un banco donde sentarse, pero sin resultado. Entonces algo en su interior se movió, algo la hizo sentirse extraña. Caminó hacia un árbol, se descalzó y se sentó sobre el suelo, apoyando su cuerpo en el tronco. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro.

- ¿Te sentís bien? – dijo alguien del otro lado del tronco del árbol - ¿por qué lloras? 
- Porque mi jefe es un idiota que me faltó el respeto – respondió sin saber a quién. 
- ¿Y por qué no se lo decís?
- Porque voy a perder mi trabajo. 
- ¿Pensaste alguna vez en cuánta salud te está costando tu trabajo? 
- ¿Qué? – preguntó Marili desconcertada – no entiendo. 
- Si seguís así vas a perder tu salud antes de perder tu trabajo.

Marili se dio vuelta pero no encontró a nadie, algo extraño estaba sucediendo… O bien estaba volviéndose loca, o estaba teniendo alguna extraña revelación divina. Decidió levantarse, calzarse y regresar al trabajo; pero mientras caminaba, cosas extrañas seguían aconteciéndose en su interior. Entró al edificio y casi sin pensar caminó hacia la oficina de su jefe.

- ¿Me imagino que no querrás una disculpa chiquita? – le dijo el jefe anticipándose a lo que iba a suceder, con tono irónico. 
- ¿Vos siempre decís lo que pensas? – preguntó Marili – entonces yo también. 
- Vos a mi tenes que respetarme porque… 
- ¿Porque nadie te respetaba cuando eras un niño? ¿Porque tu familia no te respeta hoy en día? 
- Ojo con lo que decís – advirtió el jefe casi con la voz apagada. 
- ¿Por qué? – dijo con ironía Marili - ¿Porque puedo lastimarte como te lastimaban en la escuela? ¿O tengo que tener cuidado porque si realmente hago que te encuentres con toda la basura que tenes adentro no vas a saber qué hacer? 
- Vos... – alcanzó a decir. 
- No, no se trata de mi… se trata de vos. Mira a tu alrededor – dijo Marili señalando a todos los que los observaban 
- ¿te pensas que alguien te respeta? No, seguís siendo el mismo nene que hace años, y gritar no te va a hacer crecer.

Marili saludó a todos antes de renunciar aquél día… pero con una gran sonrisa. Mientras que su jefe solo se encerró en su oficina a llorar, como el nene chiquito que aún era, Marili se empoderó, y ya nunca más se calló.


- Alan Spinelli Kralj -