domingo, 30 de septiembre de 2018

Feliz cumpleaños

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En el pueblo se había comenzado a correr la voz: el anciano Miguel festejaba sus ciento quince años. Era una noticia tremenda, pues siempre que un anciano tan longevo cumple años, la pregunta obligada llega a la boca de todos: ¿cuál es su secreto?

Todos se habían reunido alrededor de la casa del anciano; hermanos y primos, conocidos del barrio y hasta el intendente del pueblo. Todo se llenó de colores, papelitos y griterío. La música fuerte era escuchada en todos los rincones de la región, y el vino ya corría como agua por las calles. “Es el hombre más viejo del mundo” gritaban unos, “tiene cerca de doscientos años” exageraban otros, “que cuente su secreto” pensaban todos.
Por su parte, el anciano Miguel, miraba desde una silla de ruedas ubicada en lo alto de un escenario. Las cataratas de sus ojos grises no le permitían ver con claridad todo lo que estaba sucediendo; su pelo era blanco como la nieve, o lo que quedaba de él, su bigote muy tupido y sus arrugas millones. Observaba, como el niño que observa con temor la puerta del jardín de infantes por primera vez.

— Querido pueblo de General Maribor —dijo a viva voz el intendente — estamos todos aquí reunidos para agasajar a Miguel, nuestro amado vecino, quien hoy celebra su natalicio, su cumpleaños número ciento quince.

La gente aplaudía y gritaba, celebraba y miraba al anciano. Nadie amaba a Miguel, tan solo unos pocos lo conocían de vista, pero en aquél momento, todos le habían cobrado cariño de repente.

— Qué mejor manera de agasajarlo en su día que con una fiesta — continuó el Intendente — y para eso estamos aquí.
— ¡Que hable! — gritaron a la derecha.
— ¡Que cuente su secreto! — gritaron por la izquierda.
— ¡Vamos Miguel! — dijeron en el centro.
— Y para expectativa de todos — continuó la autoridad — hablará Miguel.

Una enfermera tomó la silla de ruedas por detrás, y lentamente llevó a Miguel hacia el centro del escenario. Todos observaban sus movimientos, los cuales eran nulos. Hubo un momento de silencio absoluto, y fue cuando el público miró a Miguel, y Miguel pareció estudiarlos a todos.

— Gracias — dijo por fin el anciano en tono temeroso, rompiendo el silencio — Gracias por estar aquí conmigo.
— Fuerza Miguel — gritó el que nunca falta.
— Muchos me piden que les brinde el secreto para vivir tanto tiempo — se tomó su tiempo para respirar — pero me parece mucho más valioso contarles la historia de un hombre que no supo vivir.
Todos, incluso el Intendente, quedaron con la boca abierta. Se había filtrado el rumor de que aquél viejo era pesimista, pero nunca creyeron que ese pesimismo se apoderaría de aquél día también.
— Toda mi vida fui un cobarde — afirmó — trabajé desde muy pequeño, y siempre cuide mi salud.

Solo iba del trabajo a mi casa y de mi casa al trabajo, para evitar enfermarme; nunca me fui de vacaciones para no gastar dinero; nunca salí a comer afuera para que la comida no me cayera pesada; nunca tomé alcohol para no convertirme en alcohólico; nunca tuve esposa para no sufrir desamor; nunca tuve hijos para evitarme disgustos; siempre ahorré dinero, y nunca escatimé en gastarlo en doctores y medicamentos; no sé lo que es un cine, un teatro, una playa o un café del centro; nunca hice regalos y tampoco los recibí; nunca tuve mascotas por temor a sufrir con sus muertes… mi vida se resume no a lo que viví para cumplir ciento quince años, sino a lo que no viví para cumplirlos.
Aquél anciano había tirado por la borda toda posibilidad de festejo, había derribado la posibilidad de continuar con la celebración. El silencio fue filoso y cortante. Solo una niña se atrevió a preguntar.

— ¿Y por qué nos está contando esto señor? — dijo con curiosidad.
— La sabiduría es como un peine que nos llega cuando ya nos hemos quedado pelados — dijo mientras esbozaba una sonrisa — y yo aún conservo algunos pelos.
— No entiendo — dijo honestamente la niña.
— Digo esto porque, a los ciento quince años, elijo dejar de ser un cobarde, y convertirme en un hombre valiente: ¡NO IMPORTA CUANTO VIVAN, SI MUCHO O POCO, LO QUE IMPORTA ES QUE VIVAN!

- Alan Spinelli Kralj -