En la ciudad de Buenos Aires los boliches no pasan desapercibidos y su música genera un ritmo hipnótico que atrapa a las personas de todos los rincones. Las calles toman un color diferente, recrean imágenes de película, son postales de mundos alocados.
Alexis acababa de presenciar un show musical, y se disponía a comer un pan relleno que había comprado en la puerta del evento. Junto a sus amigos se sentó en el cordón de la calle y en silencio comenzó a observar el pintoresco paisaje. Lo que más llamó su atención fue el hecho de que tres personas estaban discutiendo a escasos metros de donde estaba sentado.
- Vos lo que tenes que entender – dijo un hombre en situación de calle – es que los hombres y las mujeres no somos iguales, somos diferentes.
- Claro – dijo su compañero – la cuestión de las hormonas no es un chiste, somos muy diferentes.
- Además – aportó nuevamente el primero – las mujeres están locas, no como nosotros los hombre.
El tercer hombre que participaba de la conversación era un muchacho joven que se encontraba parado y parecía el más cuerdo del lugar. Intentaba hablar con las dos personas que tenía frente a él, hacerlas comprender.
- Ustedes – dijo hablando fuerte – están equivocados, no están en lo correcto.
- ¿Por qué? – preguntó con olor a alcohol.
- Porque todos somos iguales, hombres y mujeres – dijo haciendo una pausa – entonces hay que respetar a todos por igual.
- ¿Pero vos no ves que están locas? – dijo como quien no escucha.
- Yo veo de todo… pero con respeto.
Ante la compleja situación, los dos “locos” se levantaron de donde estaban y se fueron a regañadientes; quizá porque el alcohol ya había hecho efecto, quizá porque la locura pudo más y nuevamente se encontraron con un impedimento mental. El tercer hombre se sentó contra una cortina y, sin guardar silencio, comenzó a hablarle a Alexis.
- Pobrecitos – dijo señalando a los hombres que se iban – no están bien, están locos.
- Bueno – dijo Alexis sorprendido – por lo menos les sacaste tema de conversación y les hablaste.
- Claro que sí – dijo sonriendo – ojalá con el tiempo se den cuenta de lo más importante.
- ¿Y qué es lo más importante? – preguntó Alexis queriendo comprender.
- Que en la vida no hay que juzgar, nunca hay que juzgar a nadie.
- Tenes toda la razón del mundo, no hay que juzgar.
- Cuando uno juzga se está juzgando.
- Vos y yo estamos en sintonía – dijo Alexis contento al ver que había alguien que veía las cosas de la misma manera que él.
- No tenemos nada más que hablar, ya sabemos todo – dijo riendo.
- Así es.
La conversación termino de manera amistosa entre esas dos personas que no se conocían, pero se comprendían. Alexis estaba contento porque no era fácil encontrar a alguien tan consciente y cuerdo a altas horas de la noche.
- Pobrecitos los locos – repitió de repente aquél hombre.
Alexis volvió la mirada pensando que nuevamente le estaban hablando a él.
- No hay que juzgar, no, no, no – dijo sonriendo al tiempo que miraba el cielo y las estrellas - ¿me voy o no? – se preguntó a sí mismo - ¿Qué hago?
Alexis no comprendía lo que sucedía. Pensó que le hablaban a él, pero aquél hombre se encontraba hablando solo, riendo y moviéndose rítmicamente.
- El secreto es no juzgar, pobrecitos los locos, ellos no están bien y yo se los hice ver – dijo esta vez gritando - ¿te das cuenta? Es así como te lo cuento – mirando nuevamente al cielo - ¡chau, me voy! – y comenzó a correr.
Alexis se quedó perplejo, como intentando capitalizar lo que acaba de sucederle. Mientras sus pensamientos chocaban entre sí pudo observar como aquél hombre corría y se perdía entre la muchedumbre. Finalmente pudo comprender: había visto a dos “locos” discutiendo con un “hombre cuerdo” con el que se había sentido identificado; finalmente se dio cuenta de que los tres eran “locos”… o quizá los cuatro.
- Alan Spinelli Kralj -