martes, 5 de febrero de 2019

El ego

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En el norte del Perú pre-colombino existía un pequeño poblado incaico llamado Pisac. Se encontraba inmerso en una espesa vegetación selvática, donde los caminos se perdían entre árboles, rocas y riachos. Un chamán era muy reconocido en este lugar, su nombre era Achachic. Como todo brujo de la antigüedad, se dedicaba a curar todo tipo de situaciones en relación a lo espiritual: ayudaba a las mujeres a dar a luz, a quienes agonizaban los ayudaba en su viaje a la otra vida, los guerreros recibían sus curaciones, interpretaba los sueños de los niños y alejaba a los malos espíritus del poblado. Este hombre era una auténtica celebridad por aquellos años. Siempre recibía, a cambio de su ayuda, favores de todo tipo: alimentos, esclavos, animales y lugares privilegiados a la hora de hacer política.

Con el correr de los años, su fama llegó a oídos del gran Inca, quien mandó a su hijo para aprender las artes del chamanismo de la mano de Achachic.

— Joven Inca – dijo el chamán – te enseñaré lo que mi linaje me ha enseñado a lo largo de los años, y todos los secretos del Universo te serán revelados.
— Así lo deseo – dijo el joven Inca.

Ambos hombres se pusieron en marcha, y las severas enseñanzas del viejo chamán comenzaron a ser impartidas. El joven Inca aprendió a interpretar el lenguaje del viento, a hablar con los animales, a entrar en trance, a curar a las personas, a ser un auténtico hombre de conocimiento. Con el correr de los años, el prestigio del hijo del Inca fue aún más grande que el de Achachic; si bien caminaban juntos por el poblado de Pisac y sus inmediaciones, las personas siempre agradecían al joven Inca, y poco a poco comenzaron a olvidar a Achachic, quien jamás se mostró celoso.

– Ha llegado la hora de tu última enseñanza – le dijo al joven Inca – debemos emprender un viaje a la montaña.
– Como usted lo indique Nagual (maestro).

El chamán y su aprendiz caminaron surcando viejos senderos por el corazón de la montaña, hasta llegar a la cima. Una vez allí en lo alto, los dos hombres contemplaron la puesta del Sol, del Tata Inti como lo llamaban.

– Hoy recibirás algo que cambiará tu historia para siempre, una gran enseñanza – dijo Achachic con misterio.
– Estoy listo – mientras esbozaba una gran sonrisa.

En ese preciso momento, el viejo chamán tomó algo de su bolso y apuñaló con todas sus fuerzas el abdomen del joven Inca. La sangre comenzó a brotar por todas las blancas ropas del joven, mientras caía tendido al piso. Achachic observaba con sus ojos nublados el cuchillo de obsidiana que manchaba su mano con sangre sagrada.

– Esta es tu última enseñanza: solo hay lugar para un chamán en estas tierras.

Achachic comenzó a alejarse mientras el Sol aún caía sin mirar atrás, dejando el cuerpo del que hubiera sido el próximo Inca tendido en el suelo.

– Nagual – gritó el joven desde el suelo con sus últimos alientos – ahora lo veo claro, la enseñanza no era para mí, sino para ti.
– ¿Qué dices? – preguntó algo asustado el viejo chamán.
– Jamás has hecho algo por amor o por bondad – dijo con sangre en su boca – todo lo que has hecho lo has hecho por ti… por tu ego.
– Aunque sea cierto – dijo Achachic – yo vivo, y tu mueres.
– Vivir para alimentar el ego no es vivir – dijo y cerró los ojos – es morir en vida.

- Alan Spinelli Kralj -