martes, 26 de febrero de 2019

El control

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El Sol estaba alto en el cielo, intenso, brillante y azotaba con fuerza la ciudad. En las casas, el sonido de los motores de aires acondicionados no pasaba desapercibido. Cerca de la estación de tren estaba la casa de Iván, un pequeño departamento que parecía conservar su pequeño microclima polar.


- Permiso – dijo Carolina – acá si está fresco.
- Si – respondió Iván al tiempo que también entraba – dejé el aire acondicionado prendido para que estemos frescos.

El calor que traían de la calle les duró poco tiempo, porque pronto pudieron ponerse cómodos: ¡fuera calzado! ¡fuera medias! La pareja de amigos comenzó a charlar de manera suelta y amena.

- Contame en qué andas Caro – dijo sonriente – ¿cómo va el estudio?
- Muy bien – devolviendo la sonrisa – hice un nuevo grupo de amigos y ahora voy para todos lados con ellos.
- ¡Qué bueno! – dijo Iván, y quedó callado.

Mientras el silencio se apoderaba por unos instantes del lugar, Iván comenzó a sentir calor. Sintió como el aire acondicionado no lo refrescaba y la sudoración se hacía inevitable. Acomodó su remera, intentó quitar la transpiración de su pelo y respiró.

- ¿Todo bien? – preguntó Carolina.
- Sí, todo bien; con calor.
- Se nota.

Ambos comenzaron a reír y a hacer chistes. Iván fue en busca del equipo de mate, mientras Carolina ponía música con su celular.
- No me dijiste nada sobre el trabajo – gritó Carolina desde el comedor - ¿cómo vas?
- Muy bien – respondió desde la cocina – adaptándome todavía; ¿vos? ¿Qué resolviste finalmente?
- Me parece que este año voy a trabajar como secretaria en una oficina, el dueño del lugar es un muchacho joven y muy copado.
- Mirá… bueno, bien.

Mientras Iván cargaba el termo con agua caliente, comenzó a sentir un olor extraño en su cocina, un olor como a metal oxidado o a pasto en descomposición; era un olor tan fuerte que le hizo dar arcadas y su rostro se contrajo. Intentó ver de dónde procedía, inspeccionó la basura, la heladera… pero nada.

- Caro ¿sentís ese olor? – preguntó luego de su inspección fallida.
- Yo no siento nada.
- ¿Estás segura? – nuevamente – es horrible.
- No Iván, debe ser tu imaginación – hizo un silencio – ¿qué opinas de lo de la oficina?
- Si a vos te parece – dijo sin prestar mucha atención al asunto.

La conversación continuó fluyendo, el termo se quedó sin agua y la pareja de amigos se divirtió.

- ¡Ey! –gritó Caro – no te conté, pero estoy yendo todos los martes y jueves, después de la facultad, a un bar súper lindo, tenemos que ir.
- ¿Todos los martes y jueves? – preguntó secamente.
- Si, ¿por qué lo preguntas? – increpó también muy cortante.
- Por nada, solamente me parece que… bueno, nada.
- Decime por favor Iván.
- Me parece que estás haciendo cosas que no deberías, como lo del trabajo, lo del estudio, ahora lo del bar… te estás perdiendo un poco de eje.
- Iván – dijo enojada – ¿me parece a mí o me estás juzgando todo el tiempo?
- No te estoy juzgando, solamente te digo lo que me parece – hizo una pausa – y creo que estás haciendo muchas cosas mal.
- ¿Sabes qué Iván? – dijo con calma – no me gusta que me juzguen – mejor me voy.

Ambos amigos se despidieron de manera apresurada, dejando un gusto amargo en sus bocas. Carolina se fue sin mirar atrás, Iván entró a su casa de igual forma; se sentó en su sillón y en completo silencio cerró los ojos.
- Dejala, ya se va a dar cuenta sola – dijo una voz desde el interior de Iván – tarde o temprano te va a dar la razón; dejala que se choque con las paredes las veces que necesite, vos ya las pasaste esas y sabes mucho más que ella.
- ¿Tan así es? – se preguntó a sí mismo titubeando.
- Pero claro: cuando su jefe la acose, sus amigos la dejen y se pierda en el alcohol va a darse cuenta de que vos tenías razón.
- Sí, es así – dijo esbozando una sonrisa falsa – como decía mi abuela “ya volverá a mi rancho, con el caballo cansado”

Y así fue como Iván se fue a dormir, acobijado por el prejuicio, acurrucado en la suposición y con una canción cantada por voces que juzgan… y en su cama soñó con que un mundo mejor era posible, un mundo en el que él tenía siempre el control sobre las personas.


- Alan Spinelli Kralj -

martes, 19 de febrero de 2019

Locuras

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En la ciudad de Buenos Aires los boliches no pasan desapercibidos y su música genera un ritmo hipnótico que atrapa a las personas de todos los rincones. Las calles toman un color diferente, recrean imágenes de película, son postales de mundos alocados.
Alexis acababa de presenciar un show musical, y se disponía a comer un pan relleno que había comprado en la puerta del evento. Junto a sus amigos se sentó en el cordón de la calle y en silencio comenzó a observar el pintoresco paisaje. Lo que más llamó su atención fue el hecho de que tres personas estaban discutiendo a escasos metros de donde estaba sentado.

- Vos lo que tenes que entender – dijo un hombre en situación de calle – es que los hombres y las mujeres no somos iguales, somos diferentes.
- Claro – dijo su compañero – la cuestión de las hormonas no es un chiste, somos muy diferentes.
- Además – aportó nuevamente el primero – las mujeres están locas, no como nosotros los hombre.

El tercer hombre que participaba de la conversación era un muchacho joven que se encontraba parado y parecía el más cuerdo del lugar. Intentaba hablar con las dos personas que tenía frente a él, hacerlas comprender.

- Ustedes – dijo hablando fuerte – están equivocados, no están en lo correcto.
- ¿Por qué? – preguntó con olor a alcohol.
- Porque todos somos iguales, hombres y mujeres – dijo haciendo una pausa – entonces hay que respetar a todos por igual.
- ¿Pero vos no ves que están locas? – dijo como quien no escucha.
- Yo veo de todo… pero con respeto.

Ante la compleja situación, los dos “locos” se levantaron de donde estaban y se fueron a regañadientes; quizá porque el alcohol ya había hecho efecto, quizá porque la locura pudo más y nuevamente se encontraron con un impedimento mental. El tercer hombre se sentó contra una cortina y, sin guardar silencio, comenzó a hablarle a Alexis.

- Pobrecitos – dijo señalando a los hombres que se iban – no están bien, están locos.
- Bueno – dijo Alexis sorprendido – por lo menos les sacaste tema de conversación y les hablaste.
- Claro que sí – dijo sonriendo – ojalá con el tiempo se den cuenta de lo más importante.
- ¿Y qué es lo más importante? – preguntó Alexis queriendo comprender.
- Que en la vida no hay que juzgar, nunca hay que juzgar a nadie.
- Tenes toda la razón del mundo, no hay que juzgar.
- Cuando uno juzga se está juzgando.
- Vos y yo estamos en sintonía – dijo Alexis contento al ver que había alguien que veía las cosas de la misma manera que él.
- No tenemos nada más que hablar, ya sabemos todo – dijo riendo.
- Así es.

La conversación termino de manera amistosa entre esas dos personas que no se conocían, pero se comprendían. Alexis estaba contento porque no era fácil encontrar a alguien tan consciente y cuerdo a altas horas de la noche.

- Pobrecitos los locos – repitió de repente aquél hombre.

Alexis volvió la mirada pensando que nuevamente le estaban hablando a él.

- No hay que juzgar, no, no, no – dijo sonriendo al tiempo que miraba el cielo y las estrellas - ¿me voy o no? – se preguntó a sí mismo - ¿Qué hago?

Alexis no comprendía lo que sucedía. Pensó que le hablaban a él, pero aquél hombre se encontraba hablando solo, riendo y moviéndose rítmicamente.

- El secreto es no juzgar, pobrecitos los locos, ellos no están bien y yo se los hice ver – dijo esta vez gritando - ¿te das cuenta? Es así como te lo cuento – mirando nuevamente al cielo - ¡chau, me voy! – y comenzó a correr.

Alexis se quedó perplejo, como intentando capitalizar lo que acaba de sucederle. Mientras sus pensamientos chocaban entre sí pudo observar como aquél hombre corría y se perdía entre la muchedumbre. Finalmente pudo comprender: había visto a dos “locos” discutiendo con un “hombre cuerdo” con el que se había sentido identificado; finalmente se dio cuenta de que los tres eran “locos”… o quizá los cuatro.

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 12 de febrero de 2019

El hombre Santo

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En la región más pobre de la India, un lugar era el más concurrido: Cibellá: Estaba rodeado de altas montañas y furiosos afluentes de agua contaminado. Era un poblado provisto con pocas casas y ningún edificio del gobierno o de alguna empresa extranjera. Con el correr de los años, este poblado se hizo famoso por un viejo Gurú espiritual que tenía fama de milagroso. Las personas emprendían de todas partes del mundo una peregrinación increíble para poder llegar y ser recibidas y atendidas por este hombre al que ya muchos consideraban un hombre santo.

Una mañana de invierno, las bajas temperaturas y los fuertes vientos asolaban el pequeño paraje, pero no eran suficientes las fuerzas de la naturaleza para hacer retroceder a las treinta personas que habían llegado al lugar en busca de tratamiento. Cuando los primeros rayos de Sol comenzaron a derretir las estalactitas matinales, las puertas de la choza del gran Gurú se abrieron para recibir a la muchedumbre. Uno a uno fueron recibidos los peregrinos.

- Buenos días – dijo la primera de las viajeras.
- ¿En qué puedo ayudarte? – respondió el Gurú.
- Me han diagnosticado Cáncer de médula ósea hace algunas semanas y… - fue interrumpida.
- Toma tres cucharadas por la mañana de este líquido que cuidadosamente he preparado.
- Muchísimas gracias Gran Gurú, te estaré siempre agradecida – dijo.

Mientras tanto, los asistentes del Gurú ayudaban a salir a la mujer y hacían entrar al siguiente viajero. Fuera de la choza todo era llanto, aplausos y exaltaciones.

- Gran Gurú – dijo el viajero – necesito su ayuda.
- ¿En qué puedo ayudarle? – respondió casi automáticamente el hombre Santo.
- Me han detectado una extraña enfermedad en el cerebro que… - nuevamente la interrupción.
- Toma tres cucharadas por la mañana de este líquido que cuidadosamente he preparado.
- ¿Tiene alguna contra indicación? – preguntó con lágrimas en los ojos.
- Si – haciendo un silencio – no lo tomes estando triste.

Una a una, fueron pasando la totalidad de los peregrinos. Quienes vinieron en búsqueda de ayuda para sus problemas eso fue lo que encontraron: ayuda. Sin embargo, cuando el viejo Gurú estuvo en la tranquilidad de su hogar, una última persona golpeó fuerte la puerta.

- ¿Qué puedo hacer por ti? – le dijo a un hombre en silla de ruedas.
- ¡Usted es un embustero, un estafador y una mala persona! – le gritó.
- ¿A sí? – preguntó - ¿por qué lo dices?
- Usted afirma tener la cura para todas las enfermedades, y eso es imposible.
- Sin embargo muchísimas personas se han sanado.
- Sí, pero no todas – volvió a responder violentamente – además lo he descubierto, conozco su truco.
- ¿Qué truco? – dijo irónicamente - ¿Has descubierto que no soy santo? ¿O que no provengo de familia Sagrada? ¿O acaso has descubierto que lo que le receto a las personas es solo agua con azúcar?

En ese instante aquel hombre en silla de ruedas palideció. No podía creer lo que estaba escuchando, sus deducciones habían sido ciertas pero crueles.

- ¿Por qué juega así con las personas? – dijo con lágrimas en los ojos – yo mismo he venido con un diagnóstico terminal y ahora me encuentro con esto.
- No llores, puede caerte mal el agua con azúcar que voy a darte – dijo sonriendo.
- Usted es un sínico.
- Voy a revelarte un gran secreto, además de los que ya te he revelado. Yo no soy un hombre santo, pero sí soy un canal.
- ¿A qué se refiere?
- Las personas que vienen a verme recorrer cientos, a veces miles de kilómetros en busca de sanar; escalan montañas, vuelas por los océanos, gastan muchísimo dinero viajando, se embaucan en un proyecto que les lleva semanas o hasta meses… ¿y sabes por qué se curan cuando toman agua con azúcar?
- No…
- Porque la cura siempre ha estado dentro de ellos, y la enfermedad se ha desvanecido a lo largo del viaje.
- Pero… - dijo sin saber qué decir.
- ¿Cuántos meses de vida te han diagnosticado?
- Solo un mes – dijo al tiempo que abría grandes sus ojos.
- ¿Y cuánto hace que te encuentras viajando?
- Tres meses…
- Felicitaciones, ya no necesitas el agua con azúcar.

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 5 de febrero de 2019

El ego

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En el norte del Perú pre-colombino existía un pequeño poblado incaico llamado Pisac. Se encontraba inmerso en una espesa vegetación selvática, donde los caminos se perdían entre árboles, rocas y riachos. Un chamán era muy reconocido en este lugar, su nombre era Achachic. Como todo brujo de la antigüedad, se dedicaba a curar todo tipo de situaciones en relación a lo espiritual: ayudaba a las mujeres a dar a luz, a quienes agonizaban los ayudaba en su viaje a la otra vida, los guerreros recibían sus curaciones, interpretaba los sueños de los niños y alejaba a los malos espíritus del poblado. Este hombre era una auténtica celebridad por aquellos años. Siempre recibía, a cambio de su ayuda, favores de todo tipo: alimentos, esclavos, animales y lugares privilegiados a la hora de hacer política.

Con el correr de los años, su fama llegó a oídos del gran Inca, quien mandó a su hijo para aprender las artes del chamanismo de la mano de Achachic.

— Joven Inca – dijo el chamán – te enseñaré lo que mi linaje me ha enseñado a lo largo de los años, y todos los secretos del Universo te serán revelados.
— Así lo deseo – dijo el joven Inca.

Ambos hombres se pusieron en marcha, y las severas enseñanzas del viejo chamán comenzaron a ser impartidas. El joven Inca aprendió a interpretar el lenguaje del viento, a hablar con los animales, a entrar en trance, a curar a las personas, a ser un auténtico hombre de conocimiento. Con el correr de los años, el prestigio del hijo del Inca fue aún más grande que el de Achachic; si bien caminaban juntos por el poblado de Pisac y sus inmediaciones, las personas siempre agradecían al joven Inca, y poco a poco comenzaron a olvidar a Achachic, quien jamás se mostró celoso.

– Ha llegado la hora de tu última enseñanza – le dijo al joven Inca – debemos emprender un viaje a la montaña.
– Como usted lo indique Nagual (maestro).

El chamán y su aprendiz caminaron surcando viejos senderos por el corazón de la montaña, hasta llegar a la cima. Una vez allí en lo alto, los dos hombres contemplaron la puesta del Sol, del Tata Inti como lo llamaban.

– Hoy recibirás algo que cambiará tu historia para siempre, una gran enseñanza – dijo Achachic con misterio.
– Estoy listo – mientras esbozaba una gran sonrisa.

En ese preciso momento, el viejo chamán tomó algo de su bolso y apuñaló con todas sus fuerzas el abdomen del joven Inca. La sangre comenzó a brotar por todas las blancas ropas del joven, mientras caía tendido al piso. Achachic observaba con sus ojos nublados el cuchillo de obsidiana que manchaba su mano con sangre sagrada.

– Esta es tu última enseñanza: solo hay lugar para un chamán en estas tierras.

Achachic comenzó a alejarse mientras el Sol aún caía sin mirar atrás, dejando el cuerpo del que hubiera sido el próximo Inca tendido en el suelo.

– Nagual – gritó el joven desde el suelo con sus últimos alientos – ahora lo veo claro, la enseñanza no era para mí, sino para ti.
– ¿Qué dices? – preguntó algo asustado el viejo chamán.
– Jamás has hecho algo por amor o por bondad – dijo con sangre en su boca – todo lo que has hecho lo has hecho por ti… por tu ego.
– Aunque sea cierto – dijo Achachic – yo vivo, y tu mueres.
– Vivir para alimentar el ego no es vivir – dijo y cerró los ojos – es morir en vida.

- Alan Spinelli Kralj -