El Sol estaba alto en el cielo, intenso, brillante y azotaba con fuerza la ciudad. En las casas, el sonido de los motores de aires acondicionados no pasaba desapercibido. Cerca de la estación de tren estaba la casa de Iván, un pequeño departamento que parecía conservar su pequeño microclima polar.
- Permiso – dijo Carolina – acá si está fresco.
- Si – respondió Iván al tiempo que también entraba – dejé el aire acondicionado prendido para que estemos frescos.
El calor que traían de la calle les duró poco tiempo, porque pronto pudieron ponerse cómodos: ¡fuera calzado! ¡fuera medias! La pareja de amigos comenzó a charlar de manera suelta y amena.
- Contame en qué andas Caro – dijo sonriente – ¿cómo va el estudio?
- Muy bien – devolviendo la sonrisa – hice un nuevo grupo de amigos y ahora voy para todos lados con ellos.
- ¡Qué bueno! – dijo Iván, y quedó callado.
Mientras el silencio se apoderaba por unos instantes del lugar, Iván comenzó a sentir calor. Sintió como el aire acondicionado no lo refrescaba y la sudoración se hacía inevitable. Acomodó su remera, intentó quitar la transpiración de su pelo y respiró.
- ¿Todo bien? – preguntó Carolina.
- Sí, todo bien; con calor.
- Se nota.
Ambos comenzaron a reír y a hacer chistes. Iván fue en busca del equipo de mate, mientras Carolina ponía música con su celular.
- Si – respondió Iván al tiempo que también entraba – dejé el aire acondicionado prendido para que estemos frescos.
El calor que traían de la calle les duró poco tiempo, porque pronto pudieron ponerse cómodos: ¡fuera calzado! ¡fuera medias! La pareja de amigos comenzó a charlar de manera suelta y amena.
- Contame en qué andas Caro – dijo sonriente – ¿cómo va el estudio?
- Muy bien – devolviendo la sonrisa – hice un nuevo grupo de amigos y ahora voy para todos lados con ellos.
- ¡Qué bueno! – dijo Iván, y quedó callado.
Mientras el silencio se apoderaba por unos instantes del lugar, Iván comenzó a sentir calor. Sintió como el aire acondicionado no lo refrescaba y la sudoración se hacía inevitable. Acomodó su remera, intentó quitar la transpiración de su pelo y respiró.
- ¿Todo bien? – preguntó Carolina.
- Sí, todo bien; con calor.
- Se nota.
Ambos comenzaron a reír y a hacer chistes. Iván fue en busca del equipo de mate, mientras Carolina ponía música con su celular.
- No me dijiste nada sobre el trabajo – gritó Carolina desde el comedor - ¿cómo vas?
- Muy bien – respondió desde la cocina – adaptándome todavía; ¿vos? ¿Qué resolviste finalmente?
- Me parece que este año voy a trabajar como secretaria en una oficina, el dueño del lugar es un muchacho joven y muy copado.
- Mirá… bueno, bien.
Mientras Iván cargaba el termo con agua caliente, comenzó a sentir un olor extraño en su cocina, un olor como a metal oxidado o a pasto en descomposición; era un olor tan fuerte que le hizo dar arcadas y su rostro se contrajo. Intentó ver de dónde procedía, inspeccionó la basura, la heladera… pero nada.
- Caro ¿sentís ese olor? – preguntó luego de su inspección fallida.
- Yo no siento nada.
- ¿Estás segura? – nuevamente – es horrible.
- No Iván, debe ser tu imaginación – hizo un silencio – ¿qué opinas de lo de la oficina?
- Si a vos te parece – dijo sin prestar mucha atención al asunto.
La conversación continuó fluyendo, el termo se quedó sin agua y la pareja de amigos se divirtió.
- ¡Ey! –gritó Caro – no te conté, pero estoy yendo todos los martes y jueves, después de la facultad, a un bar súper lindo, tenemos que ir.
- ¿Todos los martes y jueves? – preguntó secamente.
- Si, ¿por qué lo preguntas? – increpó también muy cortante.
- Por nada, solamente me parece que… bueno, nada.
- Decime por favor Iván.
- Me parece que estás haciendo cosas que no deberías, como lo del trabajo, lo del estudio, ahora lo del bar… te estás perdiendo un poco de eje.
- Iván – dijo enojada – ¿me parece a mí o me estás juzgando todo el tiempo?
- No te estoy juzgando, solamente te digo lo que me parece – hizo una pausa – y creo que estás haciendo muchas cosas mal.
- ¿Sabes qué Iván? – dijo con calma – no me gusta que me juzguen – mejor me voy.
Ambos amigos se despidieron de manera apresurada, dejando un gusto amargo en sus bocas. Carolina se fue sin mirar atrás, Iván entró a su casa de igual forma; se sentó en su sillón y en completo silencio cerró los ojos.
- Muy bien – respondió desde la cocina – adaptándome todavía; ¿vos? ¿Qué resolviste finalmente?
- Me parece que este año voy a trabajar como secretaria en una oficina, el dueño del lugar es un muchacho joven y muy copado.
- Mirá… bueno, bien.
Mientras Iván cargaba el termo con agua caliente, comenzó a sentir un olor extraño en su cocina, un olor como a metal oxidado o a pasto en descomposición; era un olor tan fuerte que le hizo dar arcadas y su rostro se contrajo. Intentó ver de dónde procedía, inspeccionó la basura, la heladera… pero nada.
- Caro ¿sentís ese olor? – preguntó luego de su inspección fallida.
- Yo no siento nada.
- ¿Estás segura? – nuevamente – es horrible.
- No Iván, debe ser tu imaginación – hizo un silencio – ¿qué opinas de lo de la oficina?
- Si a vos te parece – dijo sin prestar mucha atención al asunto.
La conversación continuó fluyendo, el termo se quedó sin agua y la pareja de amigos se divirtió.
- ¡Ey! –gritó Caro – no te conté, pero estoy yendo todos los martes y jueves, después de la facultad, a un bar súper lindo, tenemos que ir.
- ¿Todos los martes y jueves? – preguntó secamente.
- Si, ¿por qué lo preguntas? – increpó también muy cortante.
- Por nada, solamente me parece que… bueno, nada.
- Decime por favor Iván.
- Me parece que estás haciendo cosas que no deberías, como lo del trabajo, lo del estudio, ahora lo del bar… te estás perdiendo un poco de eje.
- Iván – dijo enojada – ¿me parece a mí o me estás juzgando todo el tiempo?
- No te estoy juzgando, solamente te digo lo que me parece – hizo una pausa – y creo que estás haciendo muchas cosas mal.
- ¿Sabes qué Iván? – dijo con calma – no me gusta que me juzguen – mejor me voy.
Ambos amigos se despidieron de manera apresurada, dejando un gusto amargo en sus bocas. Carolina se fue sin mirar atrás, Iván entró a su casa de igual forma; se sentó en su sillón y en completo silencio cerró los ojos.
- Dejala, ya se va a dar cuenta sola – dijo una voz desde el interior de Iván – tarde o temprano te va a dar la razón; dejala que se choque con las paredes las veces que necesite, vos ya las pasaste esas y sabes mucho más que ella.
- ¿Tan así es? – se preguntó a sí mismo titubeando.
- Pero claro: cuando su jefe la acose, sus amigos la dejen y se pierda en el alcohol va a darse cuenta de que vos tenías razón.
- Sí, es así – dijo esbozando una sonrisa falsa – como decía mi abuela “ya volverá a mi rancho, con el caballo cansado”
Y así fue como Iván se fue a dormir, acobijado por el prejuicio, acurrucado en la suposición y con una canción cantada por voces que juzgan… y en su cama soñó con que un mundo mejor era posible, un mundo en el que él tenía siempre el control sobre las personas.
- ¿Tan así es? – se preguntó a sí mismo titubeando.
- Pero claro: cuando su jefe la acose, sus amigos la dejen y se pierda en el alcohol va a darse cuenta de que vos tenías razón.
- Sí, es así – dijo esbozando una sonrisa falsa – como decía mi abuela “ya volverá a mi rancho, con el caballo cansado”
Y así fue como Iván se fue a dormir, acobijado por el prejuicio, acurrucado en la suposición y con una canción cantada por voces que juzgan… y en su cama soñó con que un mundo mejor era posible, un mundo en el que él tenía siempre el control sobre las personas.
- Alan Spinelli Kralj -