Alberto era un hombre que vivía en las afueras de la ciudad, en un pueblito muy pequeño. Todos se conocían, todos se trataban con respeto y todos eran cordiales y serviciales. Nada los perturbaba en aquél remoto paraje, pues sus consciencias estaban limpias, algo fundamental para vivir.
Una mañana, Alberto se dirigió a la ciudad para pagar unos electrodomésticos que había comprado. Cuando descendió del micro, le dijo “muchas gracias” al conductor, pero no recibió respuesta alguna. Comenzó a caminar por la calle peatonal, y lo hacía con una inmensa sonrisa, a todos sonreía. De repente, una muchacha muy bonita estaba pasando cerca de él, y en un acto cordial, Alberto la saludó; fue entonces cuando el aparente novio de la jovencita empujó a Alberto y lo hizo caer.
- Que no se te vuelva a cruzar por la cabeza mirar a mi novia – dijo en tono enojado.
- Pero yo solo estaba siendo amable – dijo tenuemente.
Nadie se detuvo a ayudarlo; quedó unos instantes en el suelo hasta que pudo reincorporarse. Continuó con su camino, pero cada vez más su sonrisa iba apagándose. Lo que comenzó siendo un gran viaje, estaba tornándose un pesar.
Ya dentro de la Casa de electrodomésticos, se dispuso a pagar la cuota de sus anteriores compras. Alberto había trabajado muy duro para poder pagar su nuevo ventilador de pie; había trabajado con las cabras, con las ovejas y curtiendo la tierra.
- Señor – dijo el vendedor – lamento informarle que este billete que usted me está dando es falso.
- No puede ser – dijo amablemente Alberto – me lo ha dado Carlos, el almacenero y yo…
- Es falso – volvió a afirmar – y para seguridad de todos debo quedármelo.
- No, no tiene sentido lo que usted está diciendo, por favor devuélvame el billete – esta vez en tono preocupado.
- Retírese señor, de lo contrario deberé llamar a la policía.
Alberto salió del lugar casi con lágrimas en los ojos; el esfuerzo de varios días acababa de esfumársele entre los dedos. Se sentó en el banco de una plaza, simplemente a ver a las personas pasar. Estaba muy triste, frustrado y dolido.
- ¿Qué te sucede jovencito? – preguntó una anciana que vendía artesanías en la plaza.
- Hola señora – dijo sin perder el respeto – estoy sorprendido con el comportamiento de las personas en este lugar, son todas muy malas.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque todos me han herido de alguna u otra forma, y nadie se ha siquiera disculpado o detenido a pensar en lo que ha hecho.
- Eso, jovencito, se debe a que las personas suelen andar por la vida haciendo de cuenta que nada pasa.
- ¿Y por qué lo hacen?
- Porque si no… - hizo una pausa – deberían hacerse cargo de la basura que hicieron con sus vidas.
- Alan Spinelli Kralj -