El circo había llegado al pueblo; era un circo gitano que venía desde las afueras del país. Su llegada había sido anunciada por fuertes estruendos y alegre música que inundaba las calles. Los carromatos de la cultura romaní tenías vistosos adornos, y se lucían en una gran caravana que había sido detenida alrededor de la gran carpa azul.
Los niños, los ancianos y los adultos habían sido eclipsados por las atracciones y las funciones no paraban de sucederse. En un pequeño puesto oscuro detrás de la carpa un letrero no menos tenebroso decía “Show de títeres”. José, el joven arquitecto del pueblo, había salido a fumar un cigarrillo fuera de la carpa cuando la curiosidad hizo que se dirigiera a aquél puesto.
- Buenas noches – dijo una voz lúgubre – estas a punto de presenciar un mágico show de títeres.
- Le agradezco – dijo José – pero odio los títeres.
- Ten cuidado con lo que dices – dijo nuevamente la voz, que provenía de un muñeco de cerámica – pues los títeres somos seres muy rencorosos.
- Muy impresionante – dijo algo asombrado – pero vuelvo a repetirte que no me gustan los títeres.
- ¿Puedo preguntar el por qué? – dijo el muñeco mientras se sentaba al borde de una pequeña tarima.
- No me atrae la idea de un muñeco que es direccionado por unos cuantos cables.
- ¿Y acaso tu vida no se encuentra direccionada también por un titiritero? – preguntó el muñeco de cara blanca y ojos saltones.
Un gran silencio se hizo presente en la pequeña distancia que había entre el muñeco y José. El joven arquitecto estaba preguntándose cómo el titiritero, al cual no podía ver, manejaba tan bien ese muñeco cuando semejante pregunta fue lanzada hacia él.
- No, todas las decisiones que tomo son mías, por algo soy lo que soy.
- ¿Acaso a tus padres no les gustaban los edificios y los planos? – preguntó el muñeco con la misma inerte sonrisa.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó algo asustado José.
- ¿Aún sigue gustándote el canto? ¿No hubieras preferido ser cantante?
- Si esto es una broma… - dijo amenazante.
- La única broma que existe aquí es que te mufas de un títere cuando tú también eres uno.
- No sé de qué hablas – gritó José enfurecido.
- Las únicas personas que no son títeres son aquellas que han logrado cortar con los hilos invisibles que los manejan.
- A mi…
- A ti te manejan tus familiares, tu pareja, tus amigos, tu trabajo… te sientes muy cómodo con los titiriteros que hay sobre ti.
- ¡Maldito muñeco! – gritó José.
Cuando se dio vuelta para marcharse, se encontró con un hombre de unos cincuenta años, de tez morena, pelo enrulado, nariz aguileña y ojos penetrantes… el titiritero.
- No me ha gustado su jueguito – dijo José enojado con lágrimas en los ojos.
- Señor, recién acabo de salir de la gran carpa.
- Pero el muñeco me ha dicho… que…
- Debe tener cuidado con lo que los muñecos dicen, muchas veces sus verdades pueden ser hirientes.
- Solo es un títere…
- Y usted también…
- Alan Spinelli Kralj -