miércoles, 28 de noviembre de 2018
Reflexión de Miércoles
Nunca dejen que el reconocimiento o la fama los cambie. El ego es un monstruo silencioso que toma forma humana...
martes, 27 de noviembre de 2018
El titiritero
El circo había llegado al pueblo; era un circo gitano que venía desde las afueras del país. Su llegada había sido anunciada por fuertes estruendos y alegre música que inundaba las calles. Los carromatos de la cultura romaní tenías vistosos adornos, y se lucían en una gran caravana que había sido detenida alrededor de la gran carpa azul.
Los niños, los ancianos y los adultos habían sido eclipsados por las atracciones y las funciones no paraban de sucederse. En un pequeño puesto oscuro detrás de la carpa un letrero no menos tenebroso decía “Show de títeres”. José, el joven arquitecto del pueblo, había salido a fumar un cigarrillo fuera de la carpa cuando la curiosidad hizo que se dirigiera a aquél puesto.
- Buenas noches – dijo una voz lúgubre – estas a punto de presenciar un mágico show de títeres.
- Le agradezco – dijo José – pero odio los títeres.
- Ten cuidado con lo que dices – dijo nuevamente la voz, que provenía de un muñeco de cerámica – pues los títeres somos seres muy rencorosos.
- Muy impresionante – dijo algo asombrado – pero vuelvo a repetirte que no me gustan los títeres.
- ¿Puedo preguntar el por qué? – dijo el muñeco mientras se sentaba al borde de una pequeña tarima.
- No me atrae la idea de un muñeco que es direccionado por unos cuantos cables.
- ¿Y acaso tu vida no se encuentra direccionada también por un titiritero? – preguntó el muñeco de cara blanca y ojos saltones.
Un gran silencio se hizo presente en la pequeña distancia que había entre el muñeco y José. El joven arquitecto estaba preguntándose cómo el titiritero, al cual no podía ver, manejaba tan bien ese muñeco cuando semejante pregunta fue lanzada hacia él.
- No, todas las decisiones que tomo son mías, por algo soy lo que soy.
- ¿Acaso a tus padres no les gustaban los edificios y los planos? – preguntó el muñeco con la misma inerte sonrisa.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó algo asustado José.
- ¿Aún sigue gustándote el canto? ¿No hubieras preferido ser cantante?
- Si esto es una broma… - dijo amenazante.
- La única broma que existe aquí es que te mufas de un títere cuando tú también eres uno.
- No sé de qué hablas – gritó José enfurecido.
- Las únicas personas que no son títeres son aquellas que han logrado cortar con los hilos invisibles que los manejan.
- A mi…
- A ti te manejan tus familiares, tu pareja, tus amigos, tu trabajo… te sientes muy cómodo con los titiriteros que hay sobre ti.
- ¡Maldito muñeco! – gritó José.
Cuando se dio vuelta para marcharse, se encontró con un hombre de unos cincuenta años, de tez morena, pelo enrulado, nariz aguileña y ojos penetrantes… el titiritero.
- No me ha gustado su jueguito – dijo José enojado con lágrimas en los ojos.
- Señor, recién acabo de salir de la gran carpa.
- Pero el muñeco me ha dicho… que…
- Debe tener cuidado con lo que los muñecos dicen, muchas veces sus verdades pueden ser hirientes.
- Solo es un títere…
- Y usted también…
- Alan Spinelli Kralj -
martes, 20 de noviembre de 2018
La empoderada
Marili era una empleada, una tele-marketer. Vestía una falda corta pegada al cuerpo, una camisa blanca y un rodete muy tirante como peinado; tacos altos, uñas pintadas de rojo, y un rostro espolvoreado. Marili odiaba su trabajo, pero debía mantenerlo para poder continuar con sus estudios.
- Vos – le dijo su jefe enojado – ¿llegaste tarde de nuevo?
- ¿Perdón? – preguntó Marili sorprendida - ¿me está hablando a mi señor?
- ¿A qué otra tonta podría estar hablándole? – preguntó con ironía – sos una basura, eso es lo que sos.
- Voy a pedirle que no me falte el respeto porque…
- Ahh – exclamó – ahora resulta que sabes de derechos.
- Si – dijo tímidamente mientras todos la observaban.
- Mira – dijo y la amenazó con el dedo – vos no sabes con quién…
En ese momento el jefe de Marili fue interrumpido por su secretario, quien le dijo algo al oído.
- Ah, con vos no era la cosa, vos no sos María, me confundí – dijo y continuó su camino.
Todos voltearon y continuaron con su trabajo, todos menos Marili, quien con sus ojos llenos de lágrimas decidió pedir su descanso y salir a caminar. Mientras caminaba se detuvo en una pequeña plazoleta y buscó un banco donde sentarse, pero sin resultado. Entonces algo en su interior se movió, algo la hizo sentirse extraña. Caminó hacia un árbol, se descalzó y se sentó sobre el suelo, apoyando su cuerpo en el tronco. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro.
- ¿Te sentís bien? – dijo alguien del otro lado del tronco del árbol - ¿por qué lloras?
- Porque mi jefe es un idiota que me faltó el respeto – respondió sin saber a quién.
- ¿Y por qué no se lo decís?
- Porque voy a perder mi trabajo.
- ¿Pensaste alguna vez en cuánta salud te está costando tu trabajo?
- ¿Qué? – preguntó Marili desconcertada – no entiendo.
- Si seguís así vas a perder tu salud antes de perder tu trabajo.
Marili se dio vuelta pero no encontró a nadie, algo extraño estaba sucediendo… O bien estaba volviéndose loca, o estaba teniendo alguna extraña revelación divina. Decidió levantarse, calzarse y regresar al trabajo; pero mientras caminaba, cosas extrañas seguían aconteciéndose en su interior. Entró al edificio y casi sin pensar caminó hacia la oficina de su jefe.
- ¿Me imagino que no querrás una disculpa chiquita? – le dijo el jefe anticipándose a lo que iba a suceder, con tono irónico.
Marili se dio vuelta pero no encontró a nadie, algo extraño estaba sucediendo… O bien estaba volviéndose loca, o estaba teniendo alguna extraña revelación divina. Decidió levantarse, calzarse y regresar al trabajo; pero mientras caminaba, cosas extrañas seguían aconteciéndose en su interior. Entró al edificio y casi sin pensar caminó hacia la oficina de su jefe.
- ¿Me imagino que no querrás una disculpa chiquita? – le dijo el jefe anticipándose a lo que iba a suceder, con tono irónico.
- ¿Vos siempre decís lo que pensas? – preguntó Marili – entonces yo también.
- Vos a mi tenes que respetarme porque…
- ¿Porque nadie te respetaba cuando eras un niño? ¿Porque tu familia no te respeta hoy en día?
- Ojo con lo que decís – advirtió el jefe casi con la voz apagada.
- ¿Por qué? – dijo con ironía Marili - ¿Porque puedo lastimarte como te lastimaban en la escuela? ¿O tengo que tener cuidado porque si realmente hago que te encuentres con toda la basura que tenes adentro no vas a saber qué hacer?
- Vos... – alcanzó a decir.
- No, no se trata de mi… se trata de vos. Mira a tu alrededor – dijo Marili señalando a todos los que los observaban
- ¿te pensas que alguien te respeta? No, seguís siendo el mismo nene que hace años, y gritar no te va a hacer crecer.
Marili saludó a todos antes de renunciar aquél día… pero con una gran sonrisa. Mientras que su jefe solo se encerró en su oficina a llorar, como el nene chiquito que aún era, Marili se empoderó, y ya nunca más se calló.
- Alan Spinelli Kralj -
Marili saludó a todos antes de renunciar aquél día… pero con una gran sonrisa. Mientras que su jefe solo se encerró en su oficina a llorar, como el nene chiquito que aún era, Marili se empoderó, y ya nunca más se calló.
- Alan Spinelli Kralj -
martes, 13 de noviembre de 2018
Par Donare
La plaza estaba desierta, nadie se veía en las calles, y hasta los pájaros habían callado. El viento soplaba fuerte, y muchas de las hojas del otoño volaban de un lado al otro. El crepúsculo comenzó a mostrar su inmensa gama de colores… el azul, amarillo y rojo se fusionaron en el horizonte.
Dos muchachos se encontraban enfrentados a poca distancia, y guardaban silencio hacía algunos minutos, mientras mantenían la mirada uno fija en el otro. El de la derecha, mordía su labio inferior de manera nerviosa; sus ojos estaban rojos y su ceño fruncido. Las venas de su cuello parecían titilar, pero de su boca no salía ningún sonido. El de la izquierda era más joven que el de la derecha. Su pelo ondulado estaba completamente despeinado. Sus ojos estaban borrosos y largas lágrimas corrían por sus mejillas. La boca estaba abierta, reseca, pero muda.
Los minutos parecían horas producto de la tensión que se manifestaba en el ambiente. Nadie los miraba, nadie los acompañaba; todo el tiempo del mundo era de ellos, y parecía que no lo aprovechaban.
- Yo quería – dijo el primero titubeando – pedirte…
- Yo también, solo que no encontraba… - titubeó también – no lo sé.
- Bueno, ahora estamos acá.
- Si – dijo limpiándose las lágrimas – es una pena que…
- No, nada de esto es una pena.
- Tenes razón, por lo menos estamos acá.
- Sí.
- Claro.
La pequeña conversación comenzó y concluyó rápido. Un gran silencio volvió a separarlos. Pocas cosas habían sido nombradas, pero muchas habían sido dichas. De pronto, un sonido ensordecedor sacudió la escena, e hizo que ambos taparan sus oídos.
- Perdón, quería pedirte perdón.
- Yo también – dijo gritando – y quiero decirte que te quiero mucho.
- Yo también, y eso nunca va a cambiar – dijo también gritando.
Ambos corrieron el uno al otro, se abrazaron, gritaron con fuerza producto de la emoción y lloraron cual dos niños. Todos los dolores, todas las culpas, todos los sufrimientos se disolvieron en un segundo, desaparecieron en un abrazo. La escena pareció detenerse en el tiempo, y fue solo unos segundos antes de que el gran asteroide “PAR DONARE” impactara contra la Tierra… y destruyera todo.
“Perdona lo de ayer, perdona lo de hoy, perdona lo de mañana… y no pierdas el tiempo”
- Alan Spinelli Kralj -
“Perdona lo de ayer, perdona lo de hoy, perdona lo de mañana… y no pierdas el tiempo”
- Alan Spinelli Kralj -
martes, 6 de noviembre de 2018
La basura interior
Alberto era un hombre que vivía en las afueras de la ciudad, en un pueblito muy pequeño. Todos se conocían, todos se trataban con respeto y todos eran cordiales y serviciales. Nada los perturbaba en aquél remoto paraje, pues sus consciencias estaban limpias, algo fundamental para vivir.
Una mañana, Alberto se dirigió a la ciudad para pagar unos electrodomésticos que había comprado. Cuando descendió del micro, le dijo “muchas gracias” al conductor, pero no recibió respuesta alguna. Comenzó a caminar por la calle peatonal, y lo hacía con una inmensa sonrisa, a todos sonreía. De repente, una muchacha muy bonita estaba pasando cerca de él, y en un acto cordial, Alberto la saludó; fue entonces cuando el aparente novio de la jovencita empujó a Alberto y lo hizo caer.
- Que no se te vuelva a cruzar por la cabeza mirar a mi novia – dijo en tono enojado.
- Pero yo solo estaba siendo amable – dijo tenuemente.
Nadie se detuvo a ayudarlo; quedó unos instantes en el suelo hasta que pudo reincorporarse. Continuó con su camino, pero cada vez más su sonrisa iba apagándose. Lo que comenzó siendo un gran viaje, estaba tornándose un pesar.
Ya dentro de la Casa de electrodomésticos, se dispuso a pagar la cuota de sus anteriores compras. Alberto había trabajado muy duro para poder pagar su nuevo ventilador de pie; había trabajado con las cabras, con las ovejas y curtiendo la tierra.
- Señor – dijo el vendedor – lamento informarle que este billete que usted me está dando es falso.
- No puede ser – dijo amablemente Alberto – me lo ha dado Carlos, el almacenero y yo…
- Es falso – volvió a afirmar – y para seguridad de todos debo quedármelo.
- No, no tiene sentido lo que usted está diciendo, por favor devuélvame el billete – esta vez en tono preocupado.
- Retírese señor, de lo contrario deberé llamar a la policía.
Alberto salió del lugar casi con lágrimas en los ojos; el esfuerzo de varios días acababa de esfumársele entre los dedos. Se sentó en el banco de una plaza, simplemente a ver a las personas pasar. Estaba muy triste, frustrado y dolido.
- ¿Qué te sucede jovencito? – preguntó una anciana que vendía artesanías en la plaza.
- Hola señora – dijo sin perder el respeto – estoy sorprendido con el comportamiento de las personas en este lugar, son todas muy malas.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque todos me han herido de alguna u otra forma, y nadie se ha siquiera disculpado o detenido a pensar en lo que ha hecho.
- Eso, jovencito, se debe a que las personas suelen andar por la vida haciendo de cuenta que nada pasa.
- ¿Y por qué lo hacen?
- Porque si no… - hizo una pausa – deberían hacerse cargo de la basura que hicieron con sus vidas.
- Alan Spinelli Kralj -
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