En las afueras Tokio, durante la era Meiji, las luchas entre los Samuráis eran cosa de todos los días. Grandes dinastías se enfrentaban con sus soldados de elite, en lo que parecían batallas que nunca tendrían fin. Cuando la familia Yamamoto estuvo a punto de realizar una gran cruzada, se dispusieron encontrar a quien había sido el mejor de los generales del emperador en épocas de antaño: El gran Yogun. Fue por eso que el primogénito de la familia, un joven de nombre Yan, fue enviado a las montañas del Japón para buscarlo.
El joven Yan tuvo que atravesar cuantiosos peligros y extensas dificultades para dar con el paradero del gran General. Días de soledad, angustia, tribulación y dudas se habían cernido sobre él a lo largo del camino, hasta que pudo encontrarlo. En lo alto de una montaña había una pequeña casa, muy austera pero de una pulcritud extraordinaria.
- Buenas tardes, Gran Yogun – dijo el joven haciendo una reverencia –he estado buscándolo.
- Buenas tardes joven – respondió – que bella visita me ha deparado el destino.
A simple vista, podía observarse que el Gran Yogun no vestía uniforme samurái, y tampoco portaba espada. Su rostro era sereno, y su aspecto similar al de un campesino.
- Mi familia necesita de sus servicios Señor, y me han encomendado su búsqueda. Le pido, por el honor que lo atraviesa, que venga conmigo.
- ¿Y en qué puedo ayudar yo a tu familia? – preguntó mientras tomaba asiento sobre un tronco.
- Necesitamos que guíe a nuestros ejércitos hacia la victoria, como usted siempre ha hecho.
- Siempre es mucho tiempo jovencito – dijo en tono amable – no nací guiando ejércitos, y tampoco moriré guiándolos.
La afirmación sorprendió enormemente al joven samurái. Yan no podía imaginar como un samurái tan importante podía renunciar a una batalla, o al honor de la lucha.
- ¿Ya no tiene honor Señor? – dijo tímidamente Yan.
- No, el honor va de la mano del orgullo, y hace tiempo lo he perdido.
- No puedo creer que esté diciendo eso – dijo esta vez enojado.
- ¿Por qué no puedes creerlo? Estoy contándote mi mayor victoria… la victoria sobre mí mismo.
- No hay honor en ello…
- Pero hay paz.
El joven Yan quedó anonadado ante los dichos del viejo General, y enfurecido se dispuso a retirarse.
- ¿Entonces no volverá al campo de batalla?
- Mi estimado – dijo amablemente y con una sonrisa – no puedo volver al campo de batalla, simplemente porque he encontrado la paz… y de la paz no se vuelve.
- Alan Spinelli Kralj -
- No, el honor va de la mano del orgullo, y hace tiempo lo he perdido.
- No puedo creer que esté diciendo eso – dijo esta vez enojado.
- ¿Por qué no puedes creerlo? Estoy contándote mi mayor victoria… la victoria sobre mí mismo.
- No hay honor en ello…
- Pero hay paz.
El joven Yan quedó anonadado ante los dichos del viejo General, y enfurecido se dispuso a retirarse.
- ¿Entonces no volverá al campo de batalla?
- Mi estimado – dijo amablemente y con una sonrisa – no puedo volver al campo de batalla, simplemente porque he encontrado la paz… y de la paz no se vuelve.
- Alan Spinelli Kralj -