lunes, 24 de diciembre de 2018

Feliz Navidad


En este día tan especial, celebremos que hace mucho tiempo un hombre llamado Jesús vino a este mundo con un grandioso mensaje: TODO ES AMOR.

La pirotécnia, la comida, los regalos, la bebida... todo pasa a segundo plano cuando comprendemos que en esta fecha debemos re-afirmar que el AMOR debe gobernar nuestros corazones!



- Alan Spinelli Kralj -

martes, 18 de diciembre de 2018

Fabiana y sus dones




En el día del cumpleaños de mi mamá, quiero acercarles este cuento que va dedicado a ella, una mujer que me enseñó y confirmó que la magia existe. Espero les guste y puedan compartirlo.

Fabiana y sus dones

Fabiana era una niña muy peculiar. Sus padres eran trabajadores, la querían mucho pero la educación que le brindaban era muy estricta; siempre estaban regañándola de una manera u otra. Cuando Fabiana tenía solo doce años comenzó a tener extraños vínculos con otros mundos, los cuales fueron reprimidos rápidamente por su madre.

- Fabiana, vos tenes que bajar los pies a tierra, no podes seguir volando todo el tiempo.
- Pero mamá, ¿por qué nunca me crees? – dijo apenada y aferrada a su peluche
- Porque lo que decís son mentiras Fabi, no existen las cosas que vos me contas – afirmó en tono severo.
- Pero yo las veo, y vos no me crees… - algunas lágrimas brotaron de sus ojos.
- Bueno, ya es tarde, así que andá a dormir.

Las luces se apagaron rápido aquella noche, y la suave brisa que entraba por la ventana anunciaba una tormenta próxima. Fabiana aún no tenía sueño, pero las palabras de su madre habían sido muy claras.

- ¡Pff! – se escuchó en el silencio de la noche - ¡Ey! – queriendo llamar la atención.
- Ya te dije que no voy a volver a hablar con vos – dijo Fabiana mientras se cubría el rostro con las sábanas.
- ¿Por qué? – preguntó con inocencia una dulce voz.
- Porque no sos real, eso es lo que mi mamá dice y es lo que cuenta.
- ¿Y vos qué crees?
- No importa lo que yo crea, tengo que hacer lo que me dicen.

Las colchas comenzaron a correrse de manera suave, y la cara de Fabiana quedó al descubierto. Frente a la dulce niña se encontraba una mujer de cabellos dorados, ojos color cielo brillante y un manto blanco que centelleaba luz.

- No siempre es lo mejor escuchar a los adultos – dijo la amable mujer.
- Pero ellos son sabios, son más inteligentes.
- Si fueran tan sabios e inteligentes podrían verme, ¿no lo crees? – al tiempo que acariciaba los pies de la niña.
- ¿Por qué yo puedo verte y ellos no? – preguntó sin desaferrarse de su gran peluche de oso.
- Todos los niños y las niñas vienen a este mundo con una gran cuota de “magia”, con un don especial, pero pocos lo conservan hasta ser adultos.
- ¿Y por qué sucede eso?
- Porque dejan de ver, hacer y disfrutar de lo importante para trabajar, comprar y cumplir.

Un gran silencio se generó entre ambos seres; de un lado, una niña dulce de cabellos negros y su valiente peluche, del otro, una aparente mujer con una amabilidad y luz únicas.

- Yo no quiero dejar de verte – dijo Fabiana mientras mordía los labios.
- Y no lo harás, si así lo quieres.
- Tengo miedo de dejar de ver todas las maravillas que veo: duendes, luces, colores, personas, hadas, monstruos, animales, voces, ángeles, árboles que hablan…
- Si tu deseo por conservar este don es tan fuerte, voy a ayudarte a que nunca lo pierdas.
- ¿Qué debo hacer? – dijo incorporándose en la cama.
- Es un secreto tan antiguo como el tiempo Fabi, voy a develarte algo muy poderoso.
- Dime por favor, no aguanto más la ansiedad.
- Siempre debes creer que hay algo más, que cosas fantásticas suceden, cosas increíbles; se siempre una persona abierta, inocente y sorpréndete con todo, jamás dudes de tus dones y brilla al mismo nivel de Luz que el Universo.
- Son demasiadas cosas por recordar – dijo algo apenada.
- Entonces puedes recordar todo eso resumiéndolo en pocas palabras.
- ¿Cuáles serían?
- Que nunca debes dejar de ser una niña.

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 11 de diciembre de 2018

El líder de la manda

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En el corazón de Alaska, un experimentado cazador y su hijo caminaban por los nevados senderos de hielo. Las temperaturas eran bajo cero, el viento cortaba el rostro y a cualquier lugar donde se dirigiera la vista lo único que se veía era un intenso color blanco. Ambas personas estaban detrás del rastro de una manada de lobos; hacía tres días que estaban buscándolos.

- Papá – dijo el joven - ¿por qué siempre dices que debemos aprender de los lobos?
- Porque los lobos han aprendido grandes verdades, y si los observamos bien, quizá podamos aprender algo también.
- ¿Por eso estamos aquí? – preguntó casi en susurro - ¿o simplemente vinimos a cazarlos?
- Vinimos a observarlos…

Al día siguiente, padre e hijo continuaron su viaje por el territorio nevado. El olor a pino y agua helada podía sentirse en el aire. De pronto, casi sin esperarlo, las primeras huellas frescas de lobos comenzaron a aparecer. Cada vez se hicieron más y más, hasta que el cazador y su hijo, en la lejanía, pudieron divisar a la manada.

- ¡Allí están papá! – gritó su hijo – los lobos.
- Shhhh – silenció el padre – ahora es cuando debes observar, a eso hemos venido. ¿Puedes identificar al líder de la manada?
- Si – aseveró el joven – es aquél que tiene pelaje gris, el más grande de todos, el que camina por delante.
- Exacto – dijo el padre - ¿y qué está haciendo?
- Está jugando con sus crías, o con lobos pequeños.
- ¿Qué más? – inquirió el padre.
- Ahora está corriendo, se está tirando de lomo al suelo, yo creo que está disfrutando lo que está viviendo – dijo pensativo – es más, creo que se lo ve feliz.
- Es muy real lo que dices hijo. ¿Sabes cómo terminan los líderes de la manada?
- No
- Su final es muy trágico, pues mueren luchando contra alguien más joven de la manda que se ha animado a desafiarlos; muere solo, herido y vencido.
- Eso es terrible – sentenció el muchacho.
- No lo es; espero que ahora puedas entender a lo que me refiero con observar a los lobos y su comportamiento.
- ¿Por qué lo dices?
- El líder de la manada sabe de antemano que su destino será trágico, sabe a ciencia cierta que su vida acabará de la peor manera: con una muerte dolorosa y solitaria.
- Eso es desgarrador.
- ¿Te parece aquel lobo preocupado o deprimido?
- No, ahora que lo pienso no. Se lo ve muy feliz, muy contento.
- Eso, mi querido hijo, es porque el lobo ha aprendido a vivir su vida al máximo, vive el hoy, vive cada instante; sabe que la vida llegará a su fin y de manera trágica, pero no le importa, porque la muerte aún no lo ha alcanzado y la vida para él es un disfrute constante.
- Es decir que no se preocupa por el final de la vida sino por el transcurso de la misma.
- Así es hijo – hizo una pausa – ahora podemos regresar.
- ¿Pero no mataremos a los lobos? – preguntó con asombro.
- No, ellos te han regalado una enseñanza, nosotros les regalaremos la vida.

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 4 de diciembre de 2018

La paz

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En las afueras Tokio, durante la era Meiji, las luchas entre los Samuráis eran cosa de todos los días. Grandes dinastías se enfrentaban con sus soldados de elite, en lo que parecían batallas que nunca tendrían fin. Cuando la familia Yamamoto estuvo a punto de realizar una gran cruzada, se dispusieron encontrar a quien había sido el mejor de los generales del emperador en épocas de antaño: El gran Yogun. Fue por eso que el primogénito de la familia, un joven de nombre Yan, fue enviado a las montañas del Japón para buscarlo.

El joven Yan tuvo que atravesar cuantiosos peligros y extensas dificultades para dar con el paradero del gran General. Días de soledad, angustia, tribulación y dudas se habían cernido sobre él a lo largo del camino, hasta que pudo encontrarlo. En lo alto de una montaña había una pequeña casa, muy austera pero de una pulcritud extraordinaria.

- Buenas tardes, Gran Yogun – dijo el joven haciendo una reverencia –he estado buscándolo.
- Buenas tardes joven – respondió – que bella visita me ha deparado el destino.

A simple vista, podía observarse que el Gran Yogun no vestía uniforme samurái, y tampoco portaba espada. Su rostro era sereno, y su aspecto similar al de un campesino.

- Mi familia necesita de sus servicios Señor, y me han encomendado su búsqueda. Le pido, por el honor que lo atraviesa, que venga conmigo.
- ¿Y en qué puedo ayudar yo a tu familia? – preguntó mientras tomaba asiento sobre un tronco.
- Necesitamos que guíe a nuestros ejércitos hacia la victoria, como usted siempre ha hecho.
- Siempre es mucho tiempo jovencito – dijo en tono amable – no nací guiando ejércitos, y tampoco moriré guiándolos.

La afirmación sorprendió enormemente al joven samurái. Yan no podía imaginar como un samurái tan importante podía renunciar a una batalla, o al honor de la lucha.

- ¿Ya no tiene honor Señor? – dijo tímidamente Yan.
- No, el honor va de la mano del orgullo, y hace tiempo lo he perdido.
- No puedo creer que esté diciendo eso – dijo esta vez enojado.
- ¿Por qué no puedes creerlo? Estoy contándote mi mayor victoria… la victoria sobre mí mismo.
- No hay honor en ello…
- Pero hay paz.

El joven Yan quedó anonadado ante los dichos del viejo General, y enfurecido se dispuso a retirarse.

- ¿Entonces no volverá al campo de batalla?
- Mi estimado – dijo amablemente y con una sonrisa – no puedo volver al campo de batalla, simplemente porque he encontrado la paz… y de la paz no se vuelve.


- Alan Spinelli Kralj -