La vieja estación de tren estaba cubierta de rocío una mañana de otoño. Las personas caminaban a un ritmo constante entre túneles de estación, andenes y escaleras. Los locales estaban abiertos desde muy temprano, y los vendedores ambulantes gritaban a viva voz sus mejores ofertas.
Verónica era una muchacha que iba a trabajar en tren bien temprano, ya que no le gustaba andar a las corridas; además, como tenía mucha imaginación y un corazón sensible, le gustaba dedicar tiempo a todo cuanto se le presentaba en el camino.
- ¡Señorita! – gritó un mendigo - ¡Alto por favor!
- ¿En qué puedo ayudarte? – dijo algo asustada por el sobresalto.
- Ayer sucedió algo muy importante: me susurraron en un sueño que camino a la iglesia hay un jardín, de flores secretas, debajo del nogal… - hizo una pausa para respirar – en lo profundo de la tierra debajo de las raíces hay un cofre. Dentro, el tesoro que el hombre pobre había soñado del otro lado del mar… - no terminó la frase.
Mientras Verónica se quedaba perpleja por lo que acababa de oír, pudo ver como aquél mendigo de ropas rotosas y gastadas corría como podía en viejos calzados que le apretaban.
Al día siguiente, a Verónica le fue imposible no buscar con la mirada a aquél hombre que le había contado su sueño, y pudo dar con él porque se acercaba corriendo.
- ¡Señorita! – gritó como el día anterior – hoy tuve otro sueño.
- Bueno, quiero que me lo cuentes así… - fue interrumpida por la ansiedad de aquél hombre.
- Tuve otro sueño: me decían desde lo alto “ve en busca del camino feroz donde los tigres son devorados por las sombras… - nuevamente sin terminar la frase.
- Espera un segundo – gritó Verónica, pero fue inútil porque aquel hombre ya no estaba.
Al tercer día, Verónica había ido más temprano a la estación con un paquete de facturas para poder brindar un desayuno a su nuevo amigo bohemio. Lo vio venir desde lejos en la misma dirección de siempre.
- Ayer soñé – comenzó sin decir hola - que la dama del agua, quien emergió empapada de las lagunas, me mostraba una burbuja en la que el puente me transportará, partiendo las aguas en dos… - sin terminar nuevamente.
- Adiós – gritó Verónica son una sonrisa y el paquete de facturas.
Al cuarto día, la situación volvió a repetirse de la misma manera; esta vez no había facturas ni “buenos días”, porque Verónica esperaba ansiosa el nuevo relato de los sueños del mendigo.
- Un niño lobo me dio un mapa y rugiendo me llevó volando hasta la arcada de una mezquita – hizo una pausa – y allí me mostró el tesoro – volvió a hacer una pausa – estaba guardado desde siempre y junto al nogal me encontraba… naciendo rico.
Verónica estaba esperando a que el mendigo saliera corriendo, pero no lo hizo. Esta vez se quedó en silencio y perplejo mirando el infinito; luego, sin decir adiós caminó lentamente en dirección desconocida.
Al quinto día la situación de Verónica volvía a repetirse y esperaba su nuevo relato… pero no sucedió. Espero cinco minutos, luego media hora y finalmente terminó llegando tarde a su trabajo, pero sin relato. Al día siguiente sucedió lo mismo, y así por las próximas semanas.
Aquella muchacha gentil estaba muy triste porque su bohemio amigo había desaparecido.
- ¿A quién estas buscando? – le preguntó un vendedor ambulante.
- Había un mendigo que corría por la estación y venía a contarme sus sueños.
- Ahhh – dijo – el loco Esteban – con una sonrisa pícara - ¿no te enteraste lo que le sucedió?
- No – dijo preocupada – estaba intentando averiguarlo.
- Esteban estaba un poco loco, pero aparentemente tocado por la varita. Dicen que hace algunos días fue camino a la iglesia y se puso a hacer un pozo cerca de un árbol… ¿a que no sabes lo que encontró?
- ¡Un tesoro! - gritó como loca Verónica.
- No, una boleta de teléfono enterrada dentro de una botella.
- Es muy decepcionante – dijo entristecida.
- ¿Decepcionante? – irónico – el loco Esteban fue con esa boleta a la agencia de Quinela y jugó los números que encontró en la boleta… - hizo una pausa – y ganó noventa millones de pesos.
- ¡¿Qué?! – gritó sin poder salir de su asombro.
- Eso le pasa solo a los suertudos – dijo algo molesto el hombre.
- No – dijo reflexionando y sonriente – eso le pasa a los grandes soñadores.
- Alan Spinelli Kralj -