Cuenta la leyenda que el Dios Momo era el más gracioso, divertido y travieso de los dioses. Siempre estaba jugándole malas pasadas a las personas, a los héroes e inclusive a los mismísimos dioses. No se podía hablar en serio con él, tampoco se podía compartir una comida, una reunión o un momento de seriedad, pues siempre estaba haciendo bromas o jugando.
Miles de años después, en las ciudades y los pueblos se festejan los carnavales que homenajean al Dios Momo. Se juega con muñecos y con espuma; la gente canta, baila y ríe; todo es jolgorio y diversión. Tal es así que se han formado comparsas, orquestas y agrupaciones, y con el correr de los años se han profesionalizado. La comparsa “La redoblona” era el mejor de los ejemplos: vivos colores, excelentes cantos, maravillosos vestuarios y un gran elenco integrado por niños, adolescentes, adultos y ancianos. La gente bailaba al ritmo pegadizo de la murga, y a cada lugar que uno mirara podía ver amplias sonrisas.
- ¡Mira mamá! – gritó un niño del público - ¡cuántos colores!
- ¿Viste Joaquín? – con voz amable – que lindo que bailan.
- ¿Y qué es ese muñeco? – señalando al centro del escenario.
- Ese es el Dios Momo, un Dios griego.
- ¿Y por qué se ríe de esa manera? – con curiosidad.
- Porque representa la alegría, la diversión y el disfrutar de la vida.
- ¡Qué bueno!
Las máscaras, la gente, la murga, los colores… era difícil comprender si uno solo de esos condimentos era el que hacía del carnaval algo maravilloso o era todo su conjunto; pero de algo se podía estar en lo cierto: el carnaval era mágico.
Como todas las cosas en la vida, el carnaval llegó a su fin con un estruendoso golpe de bombos y platillos, acompañados de una coreografía final llamada “la despedida”.
- ¿Ya terminaron mamá? – dijo Joaquín.
- Si hijo, ahora van a retirar y limpiar todo.
- Pero ese señor de ahí sigue bailando.
Cuando la murga había terminado su show, un hombre que por su aspecto vivía en la calle se posicionó en el centro de las miradas. Podía sentirse el olor del alcohol a lo lejos, sus ropas gastadas y sucias estaban empapadas de espuma y sus ojos perdidos en la negra noche. De repente y sin música: comenzó a bailar.
- Quiero ver a ese señor bailar – dijo inocentemente.
- Ese señor no va a bailar – respondió la madre – está borracho Joaquín.
- Pero está disfrutando todo lo que hace – sentenció – y vos dijiste que el Dios Momo disfruta y es gracioso – hizo una pausa – ¿no será ese señor el Dios Momo?
La madre quedó perpleja ante el planteo de su hijo por dos razones: el planteo de su hijo era lógico y verdadero. En ese preciso momento la madre y su hijo comenzaron a aplaudir a aquél señor.
- ¡Vamos! – gritó la madre - ¡Que baile!
Lo que empezó siendo un aplauso aislado continuó en muchas palmas y gritos de ánimo. La comparsa que había emprendido la retirada giró, observó al hombre y retomó los festejos de carnaval; rodearon con sus bombos y sus colores a aquél sujeto que comenzó a girar sobre su propio eje con una gran sonrisa y sus ojos cerrados; cuando los festejos llegaron a su nivel máximo, el hombre miró al cielo y gritó: “SOY EL DIOS MOMO”.
@SpinelliAlan