martes, 26 de marzo de 2019

El Dios Momo

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Cuenta la leyenda que el Dios Momo era el más gracioso, divertido y travieso de los dioses. Siempre estaba jugándole malas pasadas a las personas, a los héroes e inclusive a los mismísimos dioses. No se podía hablar en serio con él, tampoco se podía compartir una comida, una reunión o un momento de seriedad, pues siempre estaba haciendo bromas o jugando.

Miles de años después, en las ciudades y los pueblos se festejan los carnavales que homenajean al Dios Momo. Se juega con muñecos y con espuma; la gente canta, baila y ríe; todo es jolgorio y diversión. Tal es así que se han formado comparsas, orquestas y agrupaciones, y con el correr de los años se han profesionalizado. La comparsa “La redoblona” era el mejor de los ejemplos: vivos colores, excelentes cantos, maravillosos vestuarios y un gran elenco integrado por niños, adolescentes, adultos y ancianos. La gente bailaba al ritmo pegadizo de la murga, y a cada lugar que uno mirara podía ver amplias sonrisas.

- ¡Mira mamá! – gritó un niño del público - ¡cuántos colores!
- ¿Viste Joaquín? – con voz amable – que lindo que bailan.
- ¿Y qué es ese muñeco? – señalando al centro del escenario.
- Ese es el Dios Momo, un Dios griego.
- ¿Y por qué se ríe de esa manera? – con curiosidad.
- Porque representa la alegría, la diversión y el disfrutar de la vida.
- ¡Qué bueno!

Las máscaras, la gente, la murga, los colores… era difícil comprender si uno solo de esos condimentos era el que hacía del carnaval algo maravilloso o era todo su conjunto; pero de algo se podía estar en lo cierto: el carnaval era mágico.

Como todas las cosas en la vida, el carnaval llegó a su fin con un estruendoso golpe de bombos y platillos, acompañados de una coreografía final llamada “la despedida”.

- ¿Ya terminaron mamá? – dijo Joaquín.
- Si hijo, ahora van a retirar y limpiar todo.
- Pero ese señor de ahí sigue bailando.

Cuando la murga había terminado su show, un hombre que por su aspecto vivía en la calle se posicionó en el centro de las miradas. Podía sentirse el olor del alcohol a lo lejos, sus ropas gastadas y sucias estaban empapadas de espuma y sus ojos perdidos en la negra noche. De repente y sin música: comenzó a bailar.

- Quiero ver a ese señor bailar – dijo inocentemente.
- Ese señor no va a bailar – respondió la madre – está borracho Joaquín.
- Pero está disfrutando todo lo que hace – sentenció – y vos dijiste que el Dios Momo disfruta y es gracioso – hizo una pausa – ¿no será ese señor el Dios Momo?

La madre quedó perpleja ante el planteo de su hijo por dos razones: el planteo de su hijo era lógico y verdadero. En ese preciso momento la madre y su hijo comenzaron a aplaudir a aquél señor.

- ¡Vamos! – gritó la madre - ¡Que baile!

Lo que empezó siendo un aplauso aislado continuó en muchas palmas y gritos de ánimo. La comparsa que había emprendido la retirada giró, observó al hombre y retomó los festejos de carnaval; rodearon con sus bombos y sus colores a aquél sujeto que comenzó a girar sobre su propio eje con una gran sonrisa y sus ojos cerrados; cuando los festejos llegaron a su nivel máximo, el hombre miró al cielo y gritó: “SOY EL DIOS MOMO”.

@SpinelliAlan

martes, 19 de marzo de 2019

Jobs

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En el centro mismo de la ciudad de Buenos Aires funcionaba un “bar de juegos”, es decir que las personas podían disfrutar de una cerveza o un trago y al mismo tiempo jugar juegos temáticos. El lugar era un galpón enorme re-diseñado y convertido en un excelente espacio nocturno. Tal era la fama de estos entretenidos juegos que un importante medio de televisión había ido a entrevistar a sus empleados y clientes.

- ¿Cuál es tu nombre? – preguntó un joven periodista al barman.
- Mi nombre es Simón – dijo desde el interior de su gran bigote.
- Cuéntanos un poco Simón – con voz de locutor - ¿qué es lo que la gente viene a buscar a este bar?
- Aquí la gente busca tomar cerveza, comer pizzas y divertirse.
- Muy bien – dijo animado - ¿y por qué crees que las personas eligen juegos a pesar de que ya no son pequeños?
- Bueno – dijo abstrayéndose – ahora que me lo preguntas pienso que tiene que ver con una búsqueda.
- ¿Una búsqueda? – preguntó esta vez nervioso.
- Si – con ojos perdidos – creo que aquí las personas se buscan a ellos mismos, buscan volver a ser niños. Por ejemplo – volviendo en sí – allí vas a ver a unos chicos que recién salen de la oficina y vienen a jugar fútbol tenis.

Un grupo de jóvenes estaba en el centro del lugar. Con sus camisas desabotonadas hasta la mitad y sus pies descalzos luchaban contra la rutina de la semana; reían, corrían e insultaban chistosamente.

- Si ves en aquella dirección – retomó el barman – podrás ver como un grupo de amigas ya son habitués del lugar y hasta tienen su mesa asignada.

Cuatro mujeres reían eufóricamente al tiempo que giraban una ruleta que les indicaba tomar tragos o no tomarlos. Carcajadas y hasta lágrimas de felicidad emanaban de ese grupo.

- Allí también podemos ver a unos muchachos que han venido desde lejos para encontrarse entre ellos y con ellos.

Tres jóvenes reían y golpeaban una mesa al ver los resultados del juego de mesa que estaban jugando. También podían escucharse sus anécdotas de cuando eran muy pequeños, todos recuerdos graciosos y divertidos.

- Y qué dirías de aquella jovencita – dijo el periodista señalando a una muchacha – ella no parece estar para nada divertida.

A lo lejos, bajo una gran lámpara de colores, una chica muy joven estaba apoyada sobre la baranda de una escalera. Su rostro estaba completamente apagado, serio y sin expresión alguna. No se la veía triste, pero tampoco contenta. El barman la observó por algunos segundos, hasta que por fin comprendió lo que sucedía.

- Aquella muchacha – dijo rompiendo el silencio televisivo – esta aburrida.
- Bueno – dijo sonriente el periodista – parece una contradicción que alguien esté aburrido entre tantos juegos.
- Es mucho peor que eso – dijo seriamente – aquella muchacha esta aburrida… porque su niña interior ha muerto.

martes, 12 de marzo de 2019

Recetas e indicaciones

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En una localidad apartada del centro de la capital había un consultorio de la salud, pero no era un consultorio cualquiera, éste era diferente. La calle en la que se encontraba no era muy transitada. Aún podía escucharse el canto de los pájaros y el viento que corría libremente por los patios y los fondos de las casas. El lugar tenía un pequeño cartel en donde podía leerse “Consultorio espiritual”.

- Buenos días – dijo un hombre con mala cara.
- Buenos días – repitió una mujer con una sonrisa enorme.

Dentro del consultorio se encontraban dos personas muy diferentes; por un lado estaba Eduardo, cuyo rostro expresaba preocupación, angustia y malestar. Poco pelo en su cabeza, muchas arrugas y ojos apagados. Por el otro lado estaba Claudia, una mujer jovial, fresca, llena de energías y de aspecto muy saludable. Eduardo era un paciente y Claudia una mujer muy especial.

- Vengo de la mejor clínica que el dinero puede pagar – dijo Eduardo – y me han dicho que no me haga ilusiones sobre mi salud.
- ¿Y por qué estás aquí? – preguntó curiosa la mujer.
- Porque tengo cáncer – hizo una pausa, sin quebrarse – y mi familia me insistió para verla.

- Es una excelente noticia.

- ¿Qué haya venido o que tenga cáncer? – preguntó inmóvil.
- Ambas noticias – un poco más seria – yo particularmente veo al cáncer como una oportunidad.
- No tenemos la misma opinión.
- Ojalá logre cambiar su perspectiva – sentenció - ¿Qué le han recomendado?
- Tengo que hacerme sesiones de quimioterapia y esperar.
- Bien – dijo – nosotros vamos a probar con otras cosas.

De pronto, el clima entre ambas personas comenzó a volverse tenso. Algo en el interior de Eduardo se resistía a la conversación. Este hombre ya había probado los mejores tratamientos y consultado a los mejores profesionales que el dinero podía comprar. Ahora se encontraba frente a una mujer que no tenía bata, no tenía títulos en las paredes… ni siquiera se había arreglado el pelo antes de recibir a Eduardo.

- Ya he probado de todo – dijo secamente – sinceramente no creo que pueda sobrevivir.
- Bueno – dijo muy seria Claudia - ¿Y por qué no está dispuesto a probar con algo nuevo?
- Porque los mejores médicos me han dicho que no pueden hacer nada y que mi diagnóstico es terminal
- ¿Y está dispuesto a hacerle caso a doctores costosos?
- ¿Sinceramente? – pregunta retórica – sí.
- Bien – dijo - ¿y no cree que le está dando demasiada importancia a un hombre en bata? ¿le parece bien aceptar la muerte sólo porque se lo dijo alguien con estudios?
- Si – respondió – y espero no ofenderla, pero usted…
- ¿Podría aguardarme un segundo? – preguntó educadamente.
- Sí.

La mujer desapareció detrás de una puerta. Al regresar, Claudia apareció peinada muy correctamente, con lentes que le daban aspecto intelectual, con una bata blanca y una identificación que decía “Dra. Hertz” junto a su número de matrícula médica. Eduardo quedó boquiabierto y no tuvo nada inteligente para decir.

- Veo que a usted le gustan las apariencias – dijo con una sonrisa – yo también soy doctora.
- Discúlpeme, yo no tenía idea.
- Ningún problema Eduardo, a partir de ahora refiérase a mí como Dra. Hertz – hizo una pausa – aquí tiene la receta con lo que debe comprar y las indicaciones que tiene que seguir al pie de la letra.
- Pero…
- Lo veo el lunes que viene a la misma hora.

No hubo mucha más charla. Paciente y doctora se despidieron cordialmente. Cuando Eduardo subió al auto que lo llevaría a su casa, comenzó a leer la receta y las indicaciones… y por fin se quebró.

Adquirir:

Comida sana y saludable, sahumerios, clases de yoga, mucha agua, cristales de cuarzo, mucha luz solar, mantras, libros de superación espiritual y emocional, hábitos saludables.

Indicaciones:

Evitar el stress, las discusiones, las luchas internas y los malos pensamientos; jugar, charlar, dejar de ver los noticiarios, evitar los extremos, ser más abierto, escuchar al corazón y aprender a reconocer la felicidad cuando se tope con ella. Repetir “mi cuerpo esta sanando”.

- Alan Spinelli Kralj -

martes, 5 de marzo de 2019

Los sueños del mendigo

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La vieja estación de tren estaba cubierta de rocío una mañana de otoño. Las personas caminaban a un ritmo constante entre túneles de estación, andenes y escaleras. Los locales estaban abiertos desde muy temprano, y los vendedores ambulantes gritaban a viva voz sus mejores ofertas.
Verónica era una muchacha que iba a trabajar en tren bien temprano, ya que no le gustaba andar a las corridas; además, como tenía mucha imaginación y un corazón sensible, le gustaba dedicar tiempo a todo cuanto se le presentaba en el camino.

- ¡Señorita! – gritó un mendigo - ¡Alto por favor!
- ¿En qué puedo ayudarte? – dijo algo asustada por el sobresalto.
- Ayer sucedió algo muy importante: me susurraron en un sueño que camino a la iglesia hay un jardín, de flores secretas, debajo del nogal… - hizo una pausa para respirar – en lo profundo de la tierra debajo de las raíces hay un cofre. Dentro, el tesoro que el hombre pobre había soñado del otro lado del mar… - no terminó la frase.

Mientras Verónica se quedaba perpleja por lo que acababa de oír, pudo ver como aquél mendigo de ropas rotosas y gastadas corría como podía en viejos calzados que le apretaban.

Al día siguiente, a Verónica le fue imposible no buscar con la mirada a aquél hombre que le había contado su sueño, y pudo dar con él porque se acercaba corriendo.

- ¡Señorita! – gritó como el día anterior – hoy tuve otro sueño.
- Bueno, quiero que me lo cuentes así… - fue interrumpida por la ansiedad de aquél hombre.
- Tuve otro sueño: me decían desde lo alto “ve en busca del camino feroz donde los tigres son devorados por las sombras… - nuevamente sin terminar la frase.
- Espera un segundo – gritó Verónica, pero fue inútil porque aquel hombre ya no estaba.

Al tercer día, Verónica había ido más temprano a la estación con un paquete de facturas para poder brindar un desayuno a su nuevo amigo bohemio. Lo vio venir desde lejos en la misma dirección de siempre.

- Ayer soñé – comenzó sin decir hola - que la dama del agua, quien emergió empapada de las lagunas, me mostraba una burbuja en la que el puente me transportará, partiendo las aguas en dos… - sin terminar nuevamente.
- Adiós – gritó Verónica son una sonrisa y el paquete de facturas.

Al cuarto día, la situación volvió a repetirse de la misma manera; esta vez no había facturas ni “buenos días”, porque Verónica esperaba ansiosa el nuevo relato de los sueños del mendigo.

- Un niño lobo me dio un mapa y rugiendo me llevó volando hasta la arcada de una mezquita – hizo una pausa – y allí me mostró el tesoro – volvió a hacer una pausa – estaba guardado desde siempre y junto al nogal me encontraba… naciendo rico.

Verónica estaba esperando a que el mendigo saliera corriendo, pero no lo hizo. Esta vez se quedó en silencio y perplejo mirando el infinito; luego, sin decir adiós caminó lentamente en dirección desconocida.

Al quinto día la situación de Verónica volvía a repetirse y esperaba su nuevo relato… pero no sucedió. Espero cinco minutos, luego media hora y finalmente terminó llegando tarde a su trabajo, pero sin relato. Al día siguiente sucedió lo mismo, y así por las próximas semanas.
Aquella muchacha gentil estaba muy triste porque su bohemio amigo había desaparecido.

- ¿A quién estas buscando? – le preguntó un vendedor ambulante.
- Había un mendigo que corría por la estación y venía a contarme sus sueños.
- Ahhh – dijo – el loco Esteban – con una sonrisa pícara - ¿no te enteraste lo que le sucedió?
- No – dijo preocupada – estaba intentando averiguarlo.
- Esteban estaba un poco loco, pero aparentemente tocado por la varita. Dicen que hace algunos días fue camino a la iglesia y se puso a hacer un pozo cerca de un árbol… ¿a que no sabes lo que encontró?
- ¡Un tesoro! - gritó como loca Verónica.
- No, una boleta de teléfono enterrada dentro de una botella.
- Es muy decepcionante – dijo entristecida.
- ¿Decepcionante? – irónico – el loco Esteban fue con esa boleta a la agencia de Quinela y jugó los números que encontró en la boleta… - hizo una pausa – y ganó noventa millones de pesos.
- ¡¿Qué?! – gritó sin poder salir de su asombro.
- Eso le pasa solo a los suertudos – dijo algo molesto el hombre.
- No – dijo reflexionando y sonriente – eso le pasa a los grandes soñadores.

- Alan Spinelli Kralj -